Un conflicto
anticuado
Al cabo de una semana ninguno de los dos bandos podía considerarse
victorioso. Los alzados no habían acabado con la República ni tomado la
capital. El gobierno no había podido neutralizar a los militares rebeldes y se
había visto desbordado por los milicianos.
Mientras en la zona gubernamental los hombres armados eran
una barahúnda desorganizada, en el otro bando se habían conservado unos 140.000
soldados y guardias sujetos a la disciplina, aunque desordenados y con escasa
capacidad combativa, y en Marruecos existían otros 40.000 hombres que eran una
buena fuerza de combate, muy capaz y maniobrera, aunque anticuada.
En un primer momento, Mola lanzó sus columnas de soldados, requetés
y falangistas a la conquista de Madrid, pero fracasaron porque en la capital se
habían organizado otras columnas de paisanos, guardias y soldados que
bloquearon los pasos de la sierra y salvaron la ciudad. En una semana se
congeló el avance de Mola hacia Madrid; y también el de las columnas de
milicianos, salidas de Barcelona para conquistar Zaragoza y Huesca, que fueron detenidas
por los soldados, guardias civiles y requetés sublevados.
Era un desbarajuste de columnas, puestos de control y
patrullas de uno y otro bando, que trataban de consolidar y conquistar ciudades
y pueblos, y progresivamente se detuvieron por falta de material y tropas
entrenadas para el combate. En la confusión, algunos núcleos sublevados
quedaron aislados, como islotes en el mar gubernamental. Oviedo y el Alcázar de
Toledo, meses después, fueron liberados por sus correligionarios; mientras
Gijón y Santa María de la
Cabeza soportaban un asedio, culminado por el asalto
victorioso de los republicanos.
Alrededor del 25 de julio, el enfrentamiento entraba en un callejón
sin salida y las operaciones en el marasmo de un empate. Ante la penuria de
pertrechos bélicos, el gobierno adquirió algún armamento en Francia pero las
transacciones fueron interferidas por la política británica, partidaria de
evitar conflictos en Europa que inquietaran a Hitler. Sin embargo, la ayuda
militar alemana e italiana favoreció la acción de las tropas de Franco y
permitió que aquella sublevación, semitriunfadora y semifracasada se convirtiera
en una guerra civil.
El general Franco recibió veintiún aviones Junker-52,
capaces de transportar 500 hombres diarios a Sevilla, y nueve Savoia-8I de
bombardeo, que dominaron el cielo del Estrecho. Los barcos mercantes Morandi y
Usamaro trajeron a España pertrechos, municiones y algunos cazas y cañones
italianos y alemanes. Tan simple ayuda bastó para poner en Andalucía una pequeña
fuerza de moros y legionarios, capaz de deshacer el empate y arrollar a las
columnas de milicianos gubernamentales que se le oponían. Durante el mes de
agosto, el gobierno Giral recibió pertrechos y aviones franceses sin
tripulación, mientras los aparatos alemanes e italianos llegaban a la otra zona
con los tripulantes, personal de tierra, gasolina, municiones de origen y podían
actuar de inmediato.
Franco hacia Madrid
Así, el gobierno Giral perdió la iniciativa; Franco inició
una marcha de las tropas de Marruecos hacia Madrid, a través de Extremadura; y
Mola envió columnas a conquistar Guipúzcoa. Agosto fue desastroso para los
gubernamentales, incapaces de oponerse a las pequeñas columnas de soldados
profesionales llegados de Marruecos. A medida que aumentó el número de aparatos
del puente aéreo, la situación fue más desfavorable y cuando los trimotores
italianos dominaron el Estrecho, Franco pudo enviar tropas y pertrechos a la Península a bordo de mercantes.
De manera que, el 11 de agosto sus hombres tomaron Mérida y enlazaron con las
fuerzas de Mola de la provincia de Cáceres. Dos días después asaltaron Badajoz
y lo tomaron, a pesar de que 3.000 milicianos y 500 soldados republicanos se defendieron
valerosamente.
A principios de setiembre, la situación era angustiosa para
el gabinete Giral, que estaba formado exclusivamente por republicanos mientras el
verdadero poder en el frente y la retaguardia eran los milicianos. El bando
sublevado carecía de un gobierno centralizado, pero la autoridad impuesta por
los generales era absoluta y había sometido a los dos únicos partidos supervivientes:
los falangistas y los carlistas. Porque las restantes formaciones políticas
conservadoras habían desaparecido en los primeros días de la sublevación.
Teóricamente, una junta de generales ejercía los poderes supremos del Estado,
pero en la práctica, el general Mola gobernaba la zona Norte; Queipo de Llano,
Andalucía, y Franco cuanto iba conquistando el ejército de Africa.
Militarmente la situación era más clara y nada parecía
evitar el avance de los moros y legionarios hacia Madrid. Los republicanos depositaron
grandes esperanzas en la defensa de Talavera, donde el terreno se prestaba para
organizar una fuerte posición. Pero el día 3 de setiembre, las tropas de
Marruecos tomaron la ciudad sin esfuerzo. También en Guipúzcoa, Mola estaba a
punto de atacar Irún y bloquear la frontera francesa. Sin soluciones ante tantas
dificultades, el presidente Giral presentó su dimisión.
Organización del
poder político y guerra
internacionalizada
El 4 de setiembre se constituyó el gobierno Largo Caballero.
Desde entonces y hasta el final de la guerra, la presidencia estaría en manos
del PSOE, que procuraría establecer gobiernos de concentración. Así ocurrió
esta vez: los socialistas ocuparon las seis carteras más importantes,
reservaron otras dos para los republicanos, dos para los comunistas, una para
Esquerra y ministerios sin cartera para el PNV y para Giral, el presidente dimitido.
El gobierno pretendió aunar fuerzas para la guerra, dada la angustiosa
situación militar de Madrid. Personalmente, Largo Caballero se aplicó a
restaurar el poder estatal destruido en julio y dirigir la política militar.
Esta voluntad de organizar la conducción de la guerra
tropezó con difíciles circunstancias internacionales. La actitud británica de aislar
el conflicto español había decidido muchas posturas y los días 4 y 5 de agosto,
28 gobiernos se comprometieron a no permitir ayuda militar a España.
Solamente México se negó públicamente a ello y ofreció al
gobierno español 20.000 fusiles y millones de cartuchos. Un Comité de N0 Intervención se constituyó
en Londres; pero fue burlado por Alemania e Italia, cuya ayuda militar continuó
llegando a Franco. Los Estados Unidos, alguna de cuyas compañías petrolíferas
había ayudado a los sublevados, no se unieron a la No Intervención ,
pero promulgaron la ley de embargo que excluía los suministros a España, aunque
permitía envíos de petróleo y automóviles.
Cuando Largo Caballero tomó posesión, el panorama era desolador.
Al día siguiente las tropas de Mola tomaron Irún y cerraron la frontera con Francia.
El Norte republicano quedó aislado por tierra, mientras dominaban el mar los
sublevados acorazado España, crucero Almirante Cervera y destructor Velasco.
También en aquellas fechas se retiraba de Mallorca la expedición catalana que
había desembarcado en la isla y desperdició dos semanas en ella sin avanzar hacia
el interior.
La columna marroquí, después de tomar Talavera, marchó hacia
Madrid. Estaba organizada al estilo de la guerra colonial, toda la infantería
eran moros y legionarios, y su artillería era escasa. Pero contaba con una
capacidad de combate en campo abierto muy superior a las improvisadas columnas
de milicianos.
Largo Caballero sustituyó al general Riquelme, hasta
entonces jefe de las fuerzas del Centro, por Asensio Torrado, competente militar,
que intentó contener a la columna africana con la combinación de posiciones
defensivas y maniobras sobre su flanco, que dieron mal resultado por la falta
de instrucción y disciplina de las milicias.
Una decisión personal de Franco aplazó la llegada de sus
hombres a Madrid. En el Alcázar de Toledo resistían las fuerzas que se habían
sublevado en julio y el gobierno no había podido tomar la antigua fortaleza, a
pesar de que Largo Caballero insistió en ello.
El Alcázar se había convertido en un mito de gran valor propagandístico
y Franco decidió desviar la columna, que marchaba hacia Madrid, para liberar a
los sitiados.
Entre tanto, ambos bandos procuraban organizar el poder administrativo.
El gobierno republicano decretó el 16 de setiembre la desaparición de todos los
comités, juntas y comisiones gestoras nacidos en los primeros días de la
revolución, y creó los consejos provinciales, formados por representantes de
los partidos y sindicatos, presididos por el gobernador civil. La Generalidad de Cataluña
logró un pasó más hacia el pacto político: el gobierno Tarradellas, constituido
el 26 de setiembre, integró al catalanismo el PSUC, la CNT y el POUM.
Los sublevados concentraron sus poderes con mayor rapidez, porque
Mola había fracasado en la sierra de Madrid, mientras el ejército de Franco
cosechaba triunfos en su marcha hacia la capital. Un grupo de generales
monárquicos propuso nombrarlo Generalísimo y jefe del Gobierno. Dos días
después de tomar Toledo, fue designado Jefe del Estado. Inmediatamente quedó disuelta
la Junta de
Defensa que hasta entonces ostentaba el poder político.
A mediados de setiembre se produjo un hecho fundamental:
Stalin cambió de parecer y decidió intervenir en el conflicto. El 8 de octubre
se declaró desligado de sus compromisos con el Comité de No Intervención. Entre tanto, el fracaso sistemático de
las milicias propició la idea de crear un ejército popular, institución
discutida por el mismo Largo Caballero, parte de la UGT , la CNT y el POUM; pero bien vista
por las restantes fuerzas, en especial por los comunistas que, ya en los primeros
días de la guerra, habían fundado el Quinto Regimiento, escuela para la
formación de mandos y combatientes del partido.
A finales de mes, el presidente aceptó que las milicias
tuvieran rango militar, quedaran sometidas al código castrense y pudieran recibir
en ellas mandos militares profesionales. El siguiente paso se dio el 15 de
octubre, cuando se ordenó organizar seis unidades militares de nuevo tipo,
llamadas brigadas mixtas, y crear los comisarios de guerra, destinados a
asegurar la fidelidad política y la instrucción de los cuerpos armados. Todo
ello, gracias a la llegada de las primeras remesas de material militar ruso y a
los consejos soviéticos recién venidos a España.
La guerra se tecnificaba parcialmente por la llegada de
nuevos materiales, el 16 de agosto habían desembarcado en España 5 carros
italianos, que intervinieron en la conquista de San Sebastián. Durante el mes
llegaron otros 10 italianos y 30 alemanes. A principios de octubre
desembarcaron los primeros pertrechos bélicos soviéticos. Hasta entonces los
franquistas habían sostenido las operaciones gracias a la ayuda italo-alemana; desde
octubre, el apoyo ruso permitió a la República proseguir la guerra.
El cambio más importante sucedió en el cielo. Los viejos
aparatos militares, en servicio al comienzo de la guerra, estaban anticuados o
desgastados y a finales de octubre los cazas italianos y alemanes dominaban el
cielo del sector Centro. A principios de noviembre aparecieron sobre Madrid los
cazas rusos y el dominio del aire sufrió vaivenes. El choque de materiales
también se daba en tierra, los carros italianos actuaron por primera vez en el
frente de Madrid el 21 de octubre, los alemanes el 27 y los rusos el 29. La guerra
se internacionalizaba a ojos vista.
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