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La Guerra Civil de España contada por los dos bandos

La Batalla del Ebro y Cataluña en la Guerra Civil

LA BATALLA DEL EBRO Y CATALUÑA

Una ofensiva a través del río

La apertura de la frontera permitió reorganizar al Ejército Popular de Cataluña, donde se creó un Grupo de Ejércitos (Hernández Saravia), formado por los Ejércitos del Este (Perea) y del Ebro (Modesto). Poco antes se había hecho una intentona contra la bolsa de Balaguer, que fracasó, pero el Estado Mayor Central republicano continuó la reorganización y se incorporaron a filas reservistas hasta de cuarenta años y muchachos de 18, la quinta del biberón. La batalla se preparaba para la salvación de Valencia, la recuperación de la moral perdida después de Teruel y para que la diplomacia republicana aprovechara las tensas relaciones entre Berlín y Londres. Negrín creía próxima una guerra europea y necesitaba ganar tiempo.

La batalla planeada por Rojo correría a cargo del Ejército del Ebro, mientras el del Este quedaba en defensiva en sus posiciones de Lérida. Un conjunto de 80.000 hombres y 70 baterías cruzaría el río para arrollar las posiciones del Cuerpo de Ejército Marroquí (Yagüe). Aunque era el mejor Ejército que jamás tuvo la República, contaba con un material insuficiente, la artillería era escasa y, especialmente los proyectiles. La aviación había mejorado con la llegada de cazas Supermosca y Superchato, tripulados por jóvenes españoles, instruidos en la URSS, aunque todavía inexpertos.

La frontera francesa había sido nuevamente cerrada a finales de junio, con la interrupción de suministros. No obstante, el empeño de los comunistas por atacar, la confianza de Negrín en la guerra europea y la necesidad de salvar Valencia impulsaron el paso por el río. El plan era similar al de todas las ofensivas republicanas: una acción por sorpresa conduciría a la rápida explotación hacia el interior del territorio enemigo.

Durante dos meses se entrenó a los hombres y se acumuló el material, pero el inicio de la operación debió demorarse un día, porque parte del equipo estaba todavía en camino. A media noche del 24 al 25 de julio, los republicanos cruzaron el Ebro por varios puntos y sorprendieron al enemigo. La infantería pasó el cauce en barcas, pero las segundas oleadas lo hicieron por pasarelas sobre flotadores, mientras el material pesado esperaba para cruzar sobre compuertas, tiradas por un cable, o puentes de campaña.

En el primer momento, la operación fue un éxito y, al anochecer del 25, los republicanos ocupaban una gran cabeza de puente en la zona de Gandesa y otra menor en la de Mequinenza. Los destacamentos de Yagüe se habían retirado o caído prisioneros. Hasta entonces, Franco consideraba el Ebro un frente secundario, pero al recibir noticias del paso, reaccionó como de costumbre, abandonó los planes para Valencia y envió la aviación y reservas contra las cabezas de puente enemigas. Increíblemente, sus aviones llegaron al nuevo frente antes que los republicanos, a los que sus mandos no enviaron en apoyo de la operación hasta el tercer día.

Las tropas que habían cruzado el río se encontraron abandonadas por su aviación, y sin carros, camiones ni artillería cuyo paso se demoró porque los puentes se tendieron lentamente. Los soldados, después de andar 30 ó 40 kilómetros con todo el equipo a cuestas, habían podido penetrar unos 15 en territorio enemigo, hasta que se detuvieron en espera de los camiones. El 26 limpiaron las bolsas y conquistaron los pueblos que resistían tras sus líneas. Pero los franquistas soltaron el agua de los pantanos pirenaicos e hicieron subir dos metros la corriente del Ebro. Hasta el 28 sólo se pudo cruzar el río en barcas, los puentes tuvieron que esperar y con ellos el material pesado, que las tropas de la otra orilla necesitaban con angustia.

El equilibrio de fuerzas

La batalla se convirtió en un forcejeo, bajo intensos combates aéreos; los cazas republicanos presentaban una dura oposición, pero no podían evitar el bombardeo del río. El esfuerzo terrestre se había centrado en Gandesa, atacada por las brigadas internacionales y defendida por legionarios, regulares y falangistas. Los atacantes necesitaban que la artillería cruzara, pero cuando, por fin, se tendió un puente ligero en Ascó, fue alcanzado por las bombas en pocas horas. El de hierro de Flix no fue instalado por los ingenieros hasta el día 30 y también fue dañado al poco tiempo. En aquellos momentos los internacionales estaban a 500 metros de Gandesa y parecían a punto de tomarla, pero la superioridad de la artillería y aviación contrarias ya marcaban el ritmo de la lucha. Tras atacar durante seis días, Modesto, jefe del Ejército del Ebro, comprobó que se había detenido la ofensiva.

La batalla planeada por Rojo se había agotado, como si fuera una repetición de las anteriores ofensivas republicanas, cuyas mejores fuerzas estaban ahora concentradas en Gandesa. Franco podía aprovechar la oportunidad para fijarlas allí y atacar por Lérida hacia Barcelona.

Como era su costumbre, prefirió la batalla frontal y acumuló en el Ebro tropas, artillería y aviones. Por su parte, los republicanos aceptaron insensatamente el reto. Disponían de mejores posiciones, porque controlaban las sierras de Fatarella, Caballs y Pandols, dominantes en la llanura de Gandesa; y creyeron tener ventaja para una batalla defensiva. Con ella esperaban desgastar al enemigo y ganar tiempo hasta la guerra europea, que parecía a punto de estallar. Pero la defensiva iba a ser una batalla de material y la frontera francesa continuaba cerrada.

La contraofensiva

Desde el 2 de agosto, los republicanos dejaron de avanzar, y los franquistas acumularon refuerzos para un plan sencillo y brutal: machacar con artillería y aviación pequeñas zonas, atacarlas luego con infantería y proseguir así hasta desgastar al enemigo. Un choque frontal parecido a los que produjeron los holocaustos de la Primera Guerra Mundial.

La ofensiva chocó con la pequeña bolsa de Mequinenza a la que los republicanos no habían podido transportar una sola batería. El 6 de agosto, machacados por el fuego enemigo, debieron repasar el río con casi un millar de muertos y más de mil quinientos heridos. Pero luego aprovecharon las sierras dominantes y obligaron a los franquistas a sangrientos combates para conquistarlos. Entre el 9 y el 19 de agosto se luchó por Pandols, arrasado por las bombas y granadas, con un suelo rocoso que no permitía enterrar a los cadáveres, que se pudrían al sol. Tanto la 4ª División de Navarra (Martín Alonso) como la 11ª División republicana (Joaquín Rodríguez) se desgastaron inútilmente, hasta ser relevados sin haber variado la situación.

Al otro extremo del frente, el Cuerpo Marroquí (Yagüe), atacó al
15º Cuerpo republicano (Tagüeña), aislado 38 horas por una crecida artificial del río, sin ceder ante la ofensiva. La batalla adquirió la aburrida atrocidad de un matadero y el desánimo cundió en ambas retaguardias. El mismo Franco se trasladó al frente para seguir aquellas operaciones, convertidas en las más importantes de aquella guerra.

El Ebro y Europa

A mediados de setiembre, la política europea estaba crispada porque Hitler, tras las tensiones de Austria, reclamaba los territorios checoslovacos poblados por alemanes (Sudetes). Negrín, que había esperado largamente una ocasión semejante, deseaba que estallara el conflicto entre Alemania y las democracias para declarar la guerra a Berlín y obligar a los ingleses y franceses a intervenir en España.

Checoslovaquia y Alemania movilizaron sus tropas pero Chamberlain decidió apaciguar a Hitler y, a finales de mes, se reunieron los afectados en Munich y se plegaron a los deseos nazis.
Desapareció el peligro de guerra y disminuyó la tensión europea.

La guerra de España pasó a un plano marginal en Europa. Negrín no podía ya esperar ayuda de las democracias y Hitler concedió a Franco un nuevo suministro militar a cambio de concesiones mineras.

En plena crisis, Negrín había anunciado que su gobierno retiraría los extranjeros que combatían en España. Más de doce mil fueron concentrados en la retaguardia catalana, la mitad de ellos eran combatientes del Ebro. En los últimos días de octubre, las autoridades y la población de Barcelona les despidieron con emoción antes de que atravesaran la frontera. Sin embargo, un pequeño contingente prefirió permanecer en España hasta concluir las hostilidades.

También se preparaba, desde tiempo atrás, la retirada de italianos del CTV y, a mediados de mes, 10.000 regresaron a Italia, aunque el CTV continuó en la guerra con su aviación, carros, artillería, una división italiana y tres españolas bajo su mando.

El final del Ebro

La monótona batalla de desgaste continuó hasta mediados de octubre, porque los republicanos dominaban la sierra de Caballs, que era la clave de la batalla. Tendría la Victoria quien fuera capaz de resistir más tiempo y los franquistas contaban con medios para ello. Los republicanos fortificaban continuamente y mantenían una resistencia cada vez más dura, mientras los prófugos y desertores localizados en retaguardia eran llevados al frente.

El desánimo político se extendía en la retaguardia republicana, castigada por las privaciones y las derrotas; pero los franquistas conquistaron penosamente una zona de terreno suficiente para asentar la artillería que debía batir Caballs. Antes de amanecer el 30 de octubre, todas las armas de apoyo dispararon, durante cuatro horas, sobre Caballs, cuyos defensores se habían protegido en refugios excavados en las rocas. Pegados a las explosiones, los hombres de la 1ª División de Navarra corrieron en pequeñas columnas hasta la sierra y la ocuparon por sorpresa. Era la séptima ofensiva contra el Ejército del Ebro y la primera en tener éxito. Conquistado Caballs todavía duraron los combates dos semanas, en las que los republicanos cedieron lentamente el terreno hasta que, en la noche del 15 de noviembre, sus últimos destacamentos repasaron el río para ocupar las posiciones donde estaban 113 días antes, cuando comenzó la última gran ofensiva de la República.

En la estela de la gran batalla

El Ebro tuvo importantes consecuencias humanas y políticas en Cataluña, donde la militarización tropezó con la resistencia de una población acostumbrada a la participación voluntaria en el conflicto.

En agosto, las tensiones se agravaron porque Negrín deseaba que el ministerio de Defensa controlara la administración portuaria. se nacionalizara la industria de guerra y que los acusados de espionaje y delitos contra la seguridad militar fueran juzgados por tribunales castrenses.

Companys asumía el malestar de muchas personas, inquietas por las represiones del SIM (Servicio de inteligencia Militar) y por la acción policial del gobierno central que transgredía el Estatuto de Cataluña. Únicamente apoyaban la política del presidente del gobierno sus ministros comunistas, y la oposición se hizo muy patente en Ayguadé e Irujo, que amenazaron con la dimisión.

Como respuesta, Negrín amenazó, a su vez, con abandonar el gobierno y argumentó que contaba con el apoyo de numerosos mandos militares. Demostraba así su debilidad política, originada por el fracaso de su estrategia ofensiva, que había desgastado las mejores tropas republicanas y cosechadas derrotas muy costosas. Las maniobras de Negrín culminaron en la llamada mini-crisis de agosto, en la que sustituyó a Ayguadé e Irujo por José Moix, del PSUC, y Tomás Bilbao, de Acción Nacionalista Vasca, negrinistas ambos. Azaña fue informado de los cambios después de producirse, con el pretexto de que se trataba de una crisis parcial. Frente a la política de Negrín, aceptó las penas de muerte últimamente dictadas y la nacionalización de la industria de guerra, pero se negó a la militarización de la justicia.

Después de Munich, la capacidad de acción diplomática republicana quedó muy reducida y Negrín pidió angustiosamente ayuda a los gobiernos inglés y francés, que lo desoyeron. No le quedaba otra posibilidad que intentar un armisticio con Franco, y lo tanteó secretamente. Pero el general estaba decidido a no aceptar. Sus planteamientos coincidían con los personificados en los años de la República por Maeztu, Calvo Sotelo, Goicoechea y los intelectuales agrupados alrededor de Acción Española. Franco asumía el proyecto político de aquellos hombres, algunos muertos en el año 1936, que consistía en un Estado totalitario donde la desaparición de la oposición política asegurase la estabilidad durante una o dos generaciones.

Así fracasaron los sondeos para una paz negociada y el gobierno Negrín optó por la guerra, postura que encontró su mejor apoyo en el partido comunista que, a finales de 1938, propugnaba la resistencia a toda costa. En Cataluña, donde se centraban las grandes tensiones militares, el PSUC podía secundar difícilmente el propósito, pues la población estaba desmoralizada tras la derrota del Ebro y, sobre todo, por la riada de refugiados. La retaguardia catalana había sufrido el reflujo de todos los éxodos y derrotas, difícilmente podría repetir la resistencia madrileña de
1936, cuando un pueblo abandonado por el gobierno salvó la ciudad.

Intentos para salvar Cataluña

El general Rojo preparó una retirada gradual en Cataluña, en un esfuerzo por retrasar lo inevitable. Así lo había comprendido la diplomacia británica, que deseaba una rápida victoria de Franco para evitar que Mussolini adquiriera bases en España o potenciara su posición en el Mediterráneo.

Al acabar la batalla del Ebro, Franco debía decidir entre un ataque contra Madrid o valencia, o la ocupación de Cataluña, en cuyo favor presionaban los italianos. Efectivamente, la situación de las fuerzas republicanas era allí muy débil y Rojo intentó salvar Cataluña mediante acciones en el sur y el centro de España.

En primer lugar organizó el plan para una maniobra anfibia; una brigada de infantería, embarcada en buques de guerra, navegaría hasta Motril, donde desembarcaría por sorpresa. Así quedarían amenazadas Málaga y el sur de Granada. Para salvarlas, los franquistas deberían trasladar reservas desde Extremadura y Andalucía. Cuando estuvieran entretenidas en el sur, el Ejército Popular atacaría en Córdoba, Peñarroya y el frente Centro. El plan se puso en marcha y zarparon los buques con los soldados a bordo. Entonces llegó al Estado Mayor Central una carta de Miaja, que manifestaba su desacuerdo con el plan Motril, al que consideraba inviable. Como el almirante Buiza era de la misma opinión, la operación fue detenida, los barcos regresaron a sus bases y la infantería desembarcó.

Todavía hubo algunos intentos parciales de distracción estratégica, que fracasaron. Una ofensiva sobre Granada se frustró porque, a última hora, no estuvieron a disposición del Ejército los camiones y trenes necesarios. Madrid atravesaba una crisis de subsistencia y los responsables del transporte prefirieron organizar convoyes de víveres que de soldados. Otra ofensiva de distracción se desencadenó en Extremadura durante el mes de enero, pero fracasó muy pronto sin conseguir retrasar los planes enemigos en otros lugares.

Ocupación de Cataluña

En el frente catalán, Franco contaba con 300.000 hombres, mandados por Dávila y articulados en seis cuerpos de ejército. Dávila, un eficiente oficial muy fiel a Franco, desconfiaba de los italianos y prefería mantenerlos en reserva, mientras aprovechaba su artillería y aviación. Pero las presiones del general Gambara y el apoyo de Mussolini consiguieron que el CTV actuara en el punto más importante, junto al Cuerpo de Ejército de Navarra. A consecuencia del fracaso de las operaciones en el sur y centro, Cataluña estaba militarmente abandonada a sus propias fuerzas: el Ejército del Este, que defendía el frente desde los Pirineos a las proximidades de Lérida, y el Ejército del Ebro, desplegado desde aquel punto hasta el mar. 

Los franquistas atacaron en dos sentidos, uno contra cada ejército republicano. La ofensiva en el frente leridano se desencadenó cerca de Tremp, hacia Artesa de Segre y Pons. Los republicanos resistieron porque no habían intervenido en la batalla del Ebro y el ataque principal no iba contra ellos, sino contra la cabeza de puente de Serós, más al sur, donde se había iniciado un gran ataque el 23 de diciembre. Durante tres horas y media la 56ª División republicana fue machacada por la artillería. La unidad era una amalgama de carabineros y marinos, que recibieron el fuego de 500 cañones italianos y de los aviones en sólo cuatro kilómetros de frente, y acabaron por desbandarse.

Los italianos atacaban en combinación con los navarros, situados un poco más al sur y, cuando los republicanos abandonaron sus posiciones, pusieron en práctica su guerra celere. Mientras los navarros se retrasaban, el general Gambara logró que sus unidades avanzaran casi 30 kilómetros y un contraataque republicano contra su flanco no pudo detenerlo. El 5 de enero de 1939 tomó Borjas Blancas y prosiguió en dirección de la carretera Lérida-Tarragona. El frente republicano se había hundido. Desalentadas por la batalla del Ebro, muchas unidades abandonaban las posiciones. mientras Rojo enviaba las reservas a taponar las brechas.

La superioridad artillera y aérea también logró desbaratar el frente en Tremp al cabo de diez días. El 4 de enero cayó Borjas Blancas, aunque las restantes posiciones resistieron. En cambio, en el frente del Ejército del Ebro, las reservas recién llegadas no pudieron conquistar las fortificaciones abandonadas, y debieron defenderse en campo abierto y sin poder ser relevadas, porque, tras ellas ya no había más tropas.

El gobierno decretó la movilización general desde los 45 años e intentó una batalla defensiva. La falta de tropas obligaba a rememorar la defensa popular de Madrid en 1936. Pero las circunstancias eran diferentes. La retaguardia catalana no sólo estaba desorganizada, sino también desorientada, sin un proyecto común, con graves contradicciones, enfrentamientos y la incidencia de un millón de refugiados acostumbrados a huir. Entre los graves problemas de la retaguardia estaban el hambre y la extensión de enfermedades como la sarna. La producción industrial no había podido atender a las necesidades del frente ni a la población, de modo que, a finales de 1938, apenas se fabricaban 1.000 fusiles mensuales y cantidades insuficientes de municiones.

A la falta general de materias primas se había añadido la de electricidad, desde que los franquistas conquistaron los pantanos pirenaicos. Y a las penalidades añadió un reclutamiento forzoso demasiado amplio; porque mientras estaban en fila los republicanos de 45 años, en la zona contraria, los soldados no remontaban la edad de 31. En compensación, pocas contrapartidas podía ofrecer el gobierno, y la tolerancia religiosa en Cataluña fue una de ellas. Los anarquistas continuaban oponiéndose, pero el gobierno vasco en Barcelona presionaba hasta para establecer un cuerpo de capellanes castrenses. De modo que, a finales de 1938, el culto privado no tenía problemas en Barcelona, aunque no captó nuevas voluntades hacia la causa republicana y, más bien, servía para los propósitos de Negrín, que deseaba Ofrecer al exterior una nueva imagen de la realidad española.

En este clima desconcertado, las autoridades republicanas intentaron que las organizaciones políticas y sindicales organizaran batallones de ametralladoras, destinados a la defensiva. Pero la experiencia fracasó y apenas se presentaron voluntarios, de manera que los batallones debieron formarse con soldados forzosos.

En el frente, el 5º Cuerpo de Líster, que había sido un centro de tantas operaciones republicanas, fue arrollado, mientras los movimientos rápidos de los italianos dejaban estupefactos tanto a sus aliados como a sus enemigos. El 7 de enero, Rojo dio órdenes para que la primera línea fuera abandonada. Había terminado la primera fase de la batalla de Cataluña, en dos semanas, los republicanos habían agotado la mayor parte de sus recursos militares.

Cataluña era ya una presa militarmente fácil, donde el dispositivo defensivo ideado por Rojo saltó en pedazos. Los soldados de Dávila atacaron en todo el frente, que ya no era una línea continua, sino una sucesión de espacios vacíos moteados de posiciones. El Ejército del Este pudo combatir más fácilmente pero también concluyó replegándose. Tarragona y las principales poblaciones fueron tomadas sin lucha. Los comunistas y miembros de la JSU que intentaron defender Barcelona en último extremo, se encontraron solos. Los soldados de Dávila entraron en la tarde del 26 de enero mientras oleadas de fugitivos marchaban hacia el norte y la población asaltaba los almacenes de comestibles. 

La represión comenzó inmediatamente, por obra de los franquistas de la ciudad, a quienes se dejaron las manos libres para vengarse, generalmente contra personas irrelevantes, porque todas las importantes habían huido hacia la frontera. Ya en días sucesivos, las nuevas autoridades organizaron la destrucción sistemática de lo que había sido característico de Cataluña, no sólo en los tres años de guerra, sino en los últimos 50.

El mando republicano logró reorganizar un frente con cierto orden, que fue fácilmente arrollado. En la retirada, los mandos militares procuraron, y lograron generalmente, evitar el pánico y conseguir que miles de refugiados pasaran la frontera francesa. No obstante, muchos de ellos fueron detenidos cuando los franquistas ocuparon La Junquera. El éxodo sorprendió al gobierno francés, que improvisó inhumanos campos de concentración.

La rápida ocupación de Cataluña inquietó la política de París, temerosa de tener por vecino a un Estado aliado de Alemania. En los últimos días se abrió nuevamente la frontera para que entraran en España las armas rusas, que fueron un regalo impensado para Franco, cuyas tropas capturaron grandes cantidades de material todavía embalado. El general, sin embargo, evitó posibles colisiones diplomáticas: antes de llegar a los Pirineos, los italianos, que marchaban en vanguardia, fueron obligados a detenerse y dejar paso a los navarros, que establecieron el primer contacto con las fuerzas francesas.

LA DESTRUCCIÓN DE LA REPÚBLICA

La inestabilidad interior y exterior

A la caída de Barcelona siguió, a principios de febrero, otra rendición, pequeña pero significativa. La isla de Menorca había sido republicana durante toda la contienda pero, tras la toma de Barcelona, un grupo de militares franquistas se sublevó y pidió ayuda a Palma. Antes de que las fuerzas italianas de Mallorca pudieran tomar parte, un buque de guerra británico intervino en las negociaciones y ayudó a que tropas españolas ocuparan Menorca en exclusiva. Ya decidida la capitulación, los aviones italianos con base en Mallorca bombardearon Menorca en una inútil represalia.

El episodio era la expresión del aislamiento republicano y de que la diplomacia británica se ponía junto a Franco, para evitar la preponderancia italiana en el Mediterráneo. Efectivamente, la derrota militar en el Ebro y el fracaso de Munich hacían difícil la supervivencia del gobierno Negrín.

En su zona se abrían camino el desánimo y el convencimiento de que la guerra estaba perdida y era inevitable una capitulación para salvar lo posible. Frente a esta postura, defendida por un sector socialista, los anarquistas y muchos militares, el gobierno y el partido comunista mantenían su tesis de la resistencia a ultranza: porque la República contaba todavía con gran parte del territorio, recursos suficientes, era inmediata una guerra europea y resistir era la única posibilidad de eludir la represión de Franco sobre los vencidos.

La caída de Cataluña agravó la inestabilidad republicana. El presidente Azaña pasó a Francia el 4 de febrero; allí el general Rojo le informó de que la guerra estaba perdida y que él no regresaría a España. El día 27 Azaña dimitió de su cargo, en carta dirigida a Diego Martínez Barrio, presidente de las Cortes.

En cambio Negrín regresó a España el 10 de febrero y se estableció en una posición cercana a Albacete, dispuesto a continuar la resistencia, en la que estuvo cada vez más solo. La caída de Prieto había liquidado lo que quedaba del Frente Popular. Los comunistas se encontraron progresivamente aislados de las masas republicanas, hartas de una guerra a la que no veían salida y había representado incontables sacrificios. Por otra parte, la zona Centro había estado poco controlada por el gobierno, durante el tiempo en que este permaneció en Barcelona, y las conspiraciones se habían desarrollado ampliamente.

El mismo coronel Casado, mando militar de la zona, inició conversaciones secretas con Franco para la capitulación. Pero. bruscamente y sin explicaciones, Franco dejó de negociar. En su zona existía una moral de victoria, sus apoyos diplomáticos eran más firmes que nunca y no deseaba renunciar a una victoria militar sin condiciones, que le permitieran arrasar cuanto había representado la República.

En las relaciones exteriores, todo hacía prever el final. En 1938, la marcha favorable de la guerra no había supuesto al gobierno de Burgos otros reconocimientos oficiales que los de Hungría y Portugal, aunque casi una docena de gobiernos habían intercambiado notas o aceptado prácticamente su existencia. En 1939, el panorama cambió por completo: a final de febrero, Francia y Gran Bretaña reconocieron a Franco y, pocos días después, lo hicieron los Estados Unidos.

La crisis final

El coronel Casado estaba enfrentado a los comunistas y, valiéndose del estado de guerra, había prohibido la publicación de Mundo Obrero. Cuando Negrín regresó a España, se trasladó a la ciudad para conferenciar con él, pero no llegaron a un acuerdo, Negrín deseaba resistir y Casado lo creía inútil.

Posteriormente, Negrín convocó a los principales jefes militares en el aeródromo de Los Llanos en Albacete y la mayoría manifestó su convencimiento dc que nada podía hacerse. En una situación confusa y todavía hoy mal conocida, aumentó la oposición militar a Negrín, a quien algunos acusaron de prolongar la guerra por orden de Moscú y de carecer de legalidad desde la dimisión del presidente Azaña.

Desde entonces se desató una carrera para hacerse con el poder militar. El gobierno ascendió a general a Líster y Modesto, y procuró conceder los puestos claves a militares comunistas. Aunque no se trataba más que de una maniobra para afianzar el gobierno de una República prácticamente inexistente.

La marina republicana se había distinguido por su ineficacia, aunque en los últimos tiempos había logrado hundir al Baleares, el mejor crucero franquista. En Cartagena, su base más importante, bullían las conspiraciones, cuya culminación fue una confusa sublevación y la refriega entre partidarios del gobierno, de Casado y la quinta columna franquista, que estalló el 4 de marzo. Al día siguiente parecía que los franquistas dominaban la situación y el almirante Buiza ordenó zarpar a la flota en dirección a Argelia.

Aunque la aviación italiana llegó a bombardear el puerto, los gubernamentales lograron rehacerse y recuperar el control. Seguidamente telegrafiaron a la flota para que regresara. El almirante Buiza alegó que carecía de suficiente petróleo y entregó los barcos a las autoridades francesas.

La sublevación de Cartagena estaba conectada con la que luego estalló en Madrid. El día 5, las tropas de Casado ocuparon los principales edificios de la ciudad y el coronel constituyó un Consejo Nacional de Defensa, presidido por Miaja, y formado por personalidades socialistas, anarquistas y republicanas, entre las que sobresalían Besteiro, González Marín y Wenceslao Carrillo. La nueva junta anunció por radio su intención de negociar la paz con Franco.

Ante la noticia, el gobierno trató inútilmente de destituir a Casado, hasta que Negrín comprendió su aislamiento y abandonó España en avión. En Madrid, el golpe de Casado provocó una pequeña y confusa guerra civil, entre unidades comunistas y sublevadas; mientras las fuerzas franquistas se mantenían a la expectativa. La refriega terminó con la victoria de Casado, cuyos representantes partieron hacia Burgos el 23 de marzo para parlamentar. Pocas horas después estaban de regreso para comunicar las condiciones de Franco, que eran prácticamente la rendición. El 25 se celebró una nueva e infructuosa reunión.

El 27, los ejércitos franquistas se pusieron en marcha hacia los frentes enemigos, que se desmoronaban sin resistencia.

Mientras, caravanas de fugitivos, columnas de prisioneros y convoyes militares recorrían las rutas de la zona republicana. Terminaba la guerra civil. Había sido la peor catástrofe española en varios siglos.


GABRIEL CARDONA
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