El izquierdismo
Todo ello dificultó enormemente el proceso de consolidación
de la República y explica, por ejemplo, que la discusión de la Ley de Reforma Agraria en el
Parlamento se prolongase durante 17 meses. Buena parte de los conflictos
sociales sangrientos que ensombrecieron la vida española de esos años tienen
relación con las debilidades y carencias de la República. La
inmadurez izquierdista de los dirigentes obreros de la época y la influencia
del anarquismo fueron también factores determinantes de muchos de aquellos
sucesos, así como la inclinación de los sucesivos gobiernos republicanos a
abordar los conflictos sociales como problemas de orden público.
Cuando en marzo de 1932 se discutió en el Parlamento la
situación del orden público en el país, el diputado Balbontin dijo: «Existirá desorden
en España mientras la revolución democrática iniciada no logre sus fines
esenciales.»
En enero de 1932, la
CNT convocó un movimiento insurreccional que, aunque fracasó
desde el principio en las grandes ciudades, provocó graves incidentes en
algunas de ellas y alcanzó notable extensión y virulencia en ciertas zonas del
campo andaluz.
Durante la represión de este movimiento se produjo la
horrible matanza de Casas Viejas (Cádiz), en la que la Guardia Civil incendió
la casa de «Seisdedos» y ametralló, cuando intentaban salir, a toda la familia
de «Seisdedos» y a dos de sus vecinos que estaban en la casa.
Dos horas
después, el capitán Rojas ordenó a los guardias de asalto que hicieran una razia en el pueblo y mandó fusilar a 11
personas. El escándalo fue memorable; llegó al Parlamento, provocó el
procesamiento del director general de Seguridad y del capitán Rojas y concluyó
con la condena de este último a 21 años de prisión.
Lo de Casas Viejas produjo una gran decepción en toda la
izquierda, sirvió de excusa a la derecha para reforzar su campaña reaccionaria
e hirió de muerte al Gobierno Azaña, el cual, tras diversos intentos fallidos
de recomposición, dio paso el 8 de octubre, a un Gobierno presidido por
Martínez Barrio, encargado de convocar las elecciones legislativas que tendrían
lugar el 19 de noviembre.
El nuevo Gobierno emprendió la tarea de rectificar la
legislación republicana de los dos años precedentes. En el Congreso de Diputados
se planteó inmediatamente la necesidad de amnistiar a los sublevados de agosto
de 1932, y Calvo Sotelo y Guadalhorce, desterrados en Francia, fueron invitados
a ocupar sus escaños parlamentarios.
Un decreto del 11 de febrero ordenaba la expulsión de los campesinos
de las fincas dedicadas a cultivo intensivo, lo que afectaría a 28.000
braceros, la mayoría de ellos de Extremadura. El proyecto de Estatuto Vasco se
archivó y se inició una política de resistencia pasiva al traspaso de
competencias a la administración autonómica catalana. El Gobierno presentó
recurso contra la Ley
de Contratos de Cultivos aprobada por el Parlamento catalán, lo que determinó
que los diputados catalanes de izquierda abandonaran las Cortes, y dio lugar a
una huelga general de los trabajadores de Madrid en solidaridad con la Cataluña republicana.
Las huelgas campesinas volvieron a estar al orden del día y
se intensificaron las agresiones fascistas, que en un breve intervalo de tiempo
segaron la vida de la joven socialista Juanita Rico y del dirigente de la Juventud Comunista ,
Joaquín de Grado. Más de sesenta mil trabajadores asistieron al entierro de
este último, en el que los jóvenes socialistas y comunistas desfilaron en línea
de a tres con sus distintivos respectivos. Días más tarde se descubrían depósitos
de armas en el vapor «Turquesa», en Gijón, y en una Casa del Pueblo madrileña.
El 2 de octubre, ante el ataque de Gil Robles en las Cortes,
el Gobierno Samper dimitía y el día 4 se formaba un nuevo gabinete presidido
por Lerroux en el que figuraban por primera vez ministros de la CEDA. Según confesó
después a la prensa, Gil Robles era consciente de que este cambio iba a
provocar una guerra civil, pero estaba decidido a correr el riesgo.
Octubre de 1934
En la tarde del 4 de octubre los partidos republicanos,
incluidos el conservador de Maura y el Partido Nacionalista Vasco, publicaron
notas declarándose incompatibles con el rumbo que tomaba la República. Por su
parte, la Generalitat
de Cataluña repartía winchesters entre los militantes de Estat Catalá y de
Esquerra Republicana de Catalunya. El PSOE dio la orden de huelga sin haberse
puesto de acuerdo previamente con el PCE. No obstante, los comunistas
secundaron con decisión el movimiento. El día 5 la huelga era seguida unánimemente
en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, Oviedo y otras capitales
españolas. En un discurso radiado, Companys proclamó el Estado Catalán dentro
de la República
Federal Española e invitó, a todos los republicanos
españoles, a establecer en Cataluña el Gobierno provisional de la República.
En la madrugada del día 7, el ejército ocupaba el Palacio de
la Generalitat y detenía al presidente Companys y a los
miembros de su Gobierno, liquidando la revolución en Cataluña.
La huelga continuó aún varios días en diversas zonas de
España, especialmente en el País Vasco, pero el fracaso del movimiento insurreccional
era ya evidente. Sólo en Asturias, donde anarquistas, socialistas y comunistas
actuaron de común acuerdo, se produjo una verdadera revolución obrera, con
órganos de poder, administración, sistema de transportes y abastecimientos, etc.,
que se mantuvo durante dos semanas. Para aplastarla, el Gobierno envió a
Asturias aviones, barcos de guerra y numerosas tropas que incluían unidades de
Cazadores de África, la
Legión Extranjera y Regulares.
Las listas oficiales
registraron 1.335 muertos y 2.951 heridos, la mayoría paisanos. Más de 40.000 personas
fueron encarceladas en Asturias, País Vasco, Cataluña, Madrid, etc. —entre
ellas los principales dirigentes del PSOE y de la UGT- y clausuradas las Casas
del Pueblo y otros locales sindicales y de los partidos de izquierda. Los
Consejos de Guerra dictaron numerosas sentencias de muerte, y el sargento
Vázquez, que había dirigido en Asturias el asalto a la fábrica de armas, fue
ejecutado.
Sorprendentemente, el fracaso de la revolución y la
represión que le siguió no paralizaron a la izquierda. La campaña para impedir
la ejecución de las penas de muerte, y luego por la promulgación de la
amnistía, generó un entusiasmo revolucionario sin precedentes y una corriente
unitaria que se concretó en la constitución de un Comité Nacional de Enlace
entre socialistas y comunistas; en el ingreso en la UGT de varios sindicatos
independientes; en la formación de numerosos comités de Frente Popular; en el comienzo
de las negociaciones que llevarían, en abril de 1936, a la fundación de las
Juventudes Socialistas Unificadas y, en julio, a la fusión de cuatro partidos
marxistas catalanes en el Partit Socialista Unificat de Catalunya.
Una vez aplastada la revolución de Asturias, Franco fue
ascendido a general de división y designado jefe superior de las Fuerzas de Marruecos.
El 14 de mayo de 1935, poco después de que Gil Robles entrara en el Gobierno y
asumiera la cartera de Guerra, se nombró a Franco jefe del Estado Mayor
Central, desde donde influyó decisivamente en los nuevos nombramientos de
acuerdo con los proyectos insurreccionales. El general Fanjul ocupó la Subsecretaría de
Guerra y el general Goded la Dirección General de Aeronáutica.
En la Sierra
del Guadarrama se construyeron fortificaciones que después fueron utilizadas
por las fuerzas sublevadas contra la República y, en setiembre de 1935, bajo el mando
de Aranda y presididas por Gil Robles, Franco, Goded y Fanjul, se realizaron maniobras
en Asturias cuyo supuesto era «la defensa de Oviedo y el auxilio a la capital
por otras fuerzas». El monárquico Felipe Bertrán Güell, en su historia de la preparación de la sublevación,
escribió: «Estas maniobras forman una de las piezas fundamentales de la
preparación del alzamiento nacional.»
A la vez, crecía el movimiento popular que reclamaba la
amnistía y nuevas elecciones y que protagonizaba movilizaciones tan impresionantes
como el mitin de Azaña en Comillas (Madrid), el 20 de octubre, que reunió 400.000
personas y dio el empujón definitivo a la constitución del «Frente Popular».
Por otra parte, el descubrimiento del «straperlo» y de
escandalosos casos de corrupción en torno a Lerroux originaron varios cambios ministeriales,
llevaron a Gil Robles a reclamar para sí la Presidencia e
indujeron a Alcalá Zamora a encargar la solución de la crisis al centrista
Portela Valladares. El 14 de diciembre de 1935, Portela formó Gobierno sin
ministros radicales ni de la
CEDA. Gil Robles reaccionó llamando a la formación de «un
Frente Nacional contra la revolución y sus cómplices». El 31 de diciembre se producía
una nueva crisis y, al día siguiente, Portela creaba un gabinete «centrista»,
al margen de los grandes partidos, que convocó elecciones legislativas para el
16 de febrero siguiente.
El Frente Popular
El 15 de enero de 1936 firmaban el Pacto del Frente Popular
los representantes del PSOE, PCE, Izquierda Republicana, Unión Republicana, UGT, POUM, Partido Sindicalista, Partido Republicano
Federal y Federación Nacional de Juventudes Socialistas.
Las elecciones tuvieron lugar el 16 de febrero en un
ambiente muy tenso, pero sin mayores violencias ni desórdenes. En total, el Frente
Popular obtuvo 269 diputados, 148 más de los que tenían antes los partidos
integrantes del mismo. Los partidos del centro sacaron 48, lo que suponía una
disminución de 91. Y los partidos de derecha pasaron de 213 a 157, con una pérdida de
56 escaños.
Los falangistas no lograron un solo diputado. José Antonio Primo
de Rivera obtuvo en Madrid 5.000 votos, mientras que los candidatos del Frente
Popular lograban 220.000.
El triunfo de la democracia era indiscutible, abriéndose de
nuevo la posibilidad de su desarrollo pacífico por la vía parlamentaria. Pero
la reacción estaba dispuesta a impedirlo fuese como fuese. En la madrugada del
17 de febrero, Calvo Sotelo y Gil Robles fueron a visitar a Portela instándole
a que decretase el estado de guerra. Franco hizo otro tanto cerca del general Molero, ministro de
la Guerra , y
ante la negativa de éste empezó a actuar por su cuenta. En Alicante y Zaragoza se proclamó el estado de guerra.
Al verse desbordado, Portela consideró que no podía esperar
el mes establecido en la ley para reunir el nuevo Parlamento, por lo que decidió
dimitir y dar paso a un Gobierno apoyado por el Frente Popular. Ese mismo día
—19 de febrero- Azaña formó un Gobierno republicano de izquierdas. Franco se
presentó al nuevo ministro de la
Gobernación y, cuando todo el mundo esperaba su detención, el
Gobierno se limitó a destituirlo de la jefatura del Estado Mayor y le confió la Comandancia Militar
de Canarias.
En el mes de mayo, el general Sanjurjo fue recibido en
Berlín por máximas autoridades hitlerianas como si se tratase de un personaje oficial.
Visitó fábricas de armamento y concretó las formas en que
Alemania ayudaría a la rebelión que se estaba tramando en España.
Las fuerzas de derecha se entregaron en las Cortes, en la
prensa, en la calle, en el púlpito, etc., a desatar el odio y el espíritu de venganza;
a provocar el caos, el paro y el hambre; a hacer imposible la vida normal del
país.
En semejante situación hubiera sido necesario aplicar
rápidamente -como reclamaban los comunistas- el programa del Frente Popular,
y adoptar medidas enérgicas para maniatar a la reacción y desmontar el
dispositivo preparado para desencadenar la rebelión.
El día 15 de abril, el secretario general del PCE, José
Díaz, decía en el Parlamento: «Queremos un ejército republicano, un ejército de
tipo democrático.
Lo que no queremos, y ésta es una de las medidas que se deben
tomar en España, es que los puestos militares más importantes se puedan
encontrar en manos de elementos reaccionarios y fascistas, enemigos del pueblo
y de la República ,
nosotros no somos enemigos del ejército: lo que sucede es que nos queremos
quitar de encima la pesadilla del golpe de Estado... No queremos que se repita
lo del 10 de agosto de 1932 y por eso pedimos la depuración del ejército; no
queremos que puedan estar dentro del ejército elementos de descarada tendencia reaccionaria
como Franco, Goded y otros de la misma calaña.» En ese momento, Franco era comandante militar de Canarias; Goded,
de Baleares; Mola, gobernador militar de Navarra; Cabanellas mandaba la División Orgánica
de Zaragoza; Queipo de Llano era director general de Carabineros; Yagüe y
González Lara mandaban la
Brigada de Burgos y Aranda la Comandancia Exenta
de Asturias.
El tobogán hacia la
guerra
Según cuenta en su libro Felipe Bertrán Güell, antes de
salir para Canarias después de las elecciones, Franco se entrevistó en Madrid con
los generales Mola, Villegas y Varela, en el domicilio del diputado monárquico
José Delgado Barreto, donde concretaron las medidas a tornar para, de acuerdo
con los demás generales de su confianza, acelerar la sublevación. Poco después
de esta entrevista se constituyó la primera junta de generales integrada por
Mola, Varela, Goded, Franco, Saliquet, Fanjul, Ponte y Orgaz. Sanjurjo fue
designado jefe del movimiento y el general Rodríguez del Barrio, coordinador.
La junta fijó para el 20 de abril el comienzo del
alzamiento, fecha que sufrió después dos aplazamientos.
El 7 de abril las Cortes habían destituido a Alcalá Zamora
de la Presidencia
de la República ,
y el 10 de mayo eligieron para dicho cargo a don Manuel Azaña. Mientras tanto, La Falange intensificaba las
acciones terroristas. El 12 de marzo, en Madrid, Jiménez de Asúa sufrió un
atentado en el que resultó muerto el policía que le acompañaba. Días más tarde,
pistoleros falangistas dispararon contra la vivienda de Largo Caballero y
colocaron una bomba en el domicilio de Eduardo Ortega y Gasset. En Santander
asesinaron a Malumbres, militante socialista y director de La
Región. En San Sebastián, al director de La Prensa , Manuel Andrés.
El 13 de abril las balas fascistas abatían en Madrid al
magistrado Manuel Pedregal. El 14 colocaron una bomba bajo la tribuna en que el
presidente de la República
debía presenciar el desfile conmemorativo. El artefacto estalló sin
consecuencias, pero a continuación se produjo un tiroteo en el que resultó
muerto un alférez de la
Guardia Civil que no estaba de servicio. El entierro de este
oficial fue convertido por los falangistas en una provocación que causó tres
muertos y numerosos heridos.
En Yeste (Albacete), campesinos a quienes los terratenientes
se negaban a dar trabajo penetraron en una propiedad y empezaron a talar
árboles. La Guardia
Civil detuvo a una parte de ellos y los demás, intentando
liberar a sus compañeros, mataron a uno de los guardias. En represalia, los
guardias hicieron uso de sus fusiles y mataron a 17 campesinos, hiriendo a
otros muchos.
A fines de mayo, Mola era confirmado como jefe de la
sublevación hasta que Sanjurjo regresara a España. El 29 de junio tenían lugar las
maniobras del ejército de África en el Llano Amarillo, donde se juramentaron
los comprometidos. Ese mismo día José Antonio Primo de Rivera enviaba desde la
cárcel una circular a todas las jefaturas de Falange con las instrucciones para
su participación en la sublevación.
El domingo 12 de julio, los fascistas asesinaron al teniente
José Castillo, de la guardia de asalto, partidario entusiasta de la República , y horas
después, en la madrugada del día 13, se producía la muerte violenta de Calvo
Sotelo, último tramo del tobogán de la violencia que nos despeñó a la guerra
civil.
Los franquistas presentaron después la sublevación como la respuesta
a la muerte de Calvo Sotelo. Pero es evidente, como venimos describiendo, que
el mecanismo de la sublevación ya estaba en marcha. El 11 de julio salió de
Croydon (Londres) el avión encargado de recoger a Franco en Canarias y de
llevarlo a Marruecos. El día 12, en Lisboa, uno de sus pasajeros, Luis Bolin, se
entrevistó con el general Sanjurjo y a continuación siguió viaje hacia Las Palmas,
donde quedó a la espera de Franco.
El día 14 Mola ordenó que a partir del día siguiente, 15 de
julio, estuviesen en sus puestos y preparados todos los comprometidos en el complot.
El 17, un agente de Mola, Félix B. Maíz, depositaba en la oficina de Telégrafos
de Bayona los telegramas cifrados que ordenaban el comienzo de la sublevación,
que de acuerdo con lo previsto se realizaría de forma escalonada los días 17,
18 y 19.
La guerra entre las
dos Españas había comenzado.
GREGORIO LÓPEZ RAIMUNDO