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La Guerra Civil de España contada por los dos bandos

Los hechos de mayo de Barcelona de 1937

Gregorio López-Raimundo. Afiliado al PSUC al principio de la guerra, fue comisario político del Ejército Popular en el frente de Aragón. Al finalizar la guerra estuvo exiliado en Francia, Colombia y México.

Los hechos de mayo de Barcelona 3-6 de mayo de 1937
Los llamados «hechos de mayo» de Barcelona constituyen seguramente el episodio más controvertido de la guerra civil española.

Una de las versiones más divulgada atribuye su origen y desarrollo a la inquina de los comunistas contra el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), y apoya su argumentación en que, tras los sucesos, el POUM fue disuelto y sus dirigentes juzgados como instigadores de los mismos, a sabiendas de que sus promotores principales fueron determinados personajes y grupos anarquistas a los que no se pidió responsabilidad alguna.

Otra versión pretende que aquellos hechos fueron provocados y dirigidos por los servicios de espionaje franquistas, versión que se vio reforzada después de la guerra mundial al conocerse un informe a su Gobierno del embajador alemán en Salamanca, fechado el 11 de mayo de 1937, en el que se dice: «Con motivo de los disturbios de Barcelona, Franco me ha dicho que los combates de calles habían sido provocados por sus agentes.»

En realidad, los hechos de mayo de Barcelona no tuvieron una sola causa, sino muchas. Pero, a mi entender, fueron sobre todo el resultado del choque entre dos interpretaciones distintas del carácter de la contienda armada que inicia la sublevación franquista en 1936.

El doble poder

La superioridad numérica de la CNT-FAI sobre el resto de las organizaciones, así como su mayor experiencia en luchas callejeras, dio a los anarquistas una posición dominante en los comités revolucionarios que se crearon por doquier tras la derrota de la sublevación del 19 de julio, así como en el Comité Central de Milicias Antifranquistas, constituido el 21 de julio como órgano de doble poder de las fuerzas revolucionarias catalanas.

Companys y ERC colaboraron en la formación del Comité de Milicias en una situación en que el Consejo de la Generalitat había sido completamente desbordado y el poder había pasado a los comités creados por la CNT-FAI. Las otras fuerzas que se integraron en el Comité de Milicias tampoco tenían militantes organizados ni influencia comparable a la de los anarquistas, y aceptaron asimismo la hegemonía de la CNT-FAI como algo normal e inevitable. Únicamente meses más tarde y gracias, sobre todo, a la acción del PSUC y a la valentía de Joan Comorera, se lograría que el Consejo Ejecutivo de la Generalitat recuperara parcialmente su vigencia y que, tras los hechos de mayo de 1937, se restableciera en Cataluña la legalidad autonómica y republicana.

Ha de reconocerse, sin embargo, que esta evolución fue posible porque, en julio del 36, los anarquistas no se decidieron a implantar plenamente sus propios postulados y consintieron la supervivencia formal de la Generalitat.

Desde pocos días después del 23 de julio, en que se constituye, el PSUC defiende que todo debe supeditarse a la necesidad de ganar la guerra. Proclama, ya en esas fechas, que si la República es derrotada la Cataluña revolucionaria también lo será; que no se está haciendo la revolución social como pretenden los dirigentes de la CNT-FAI y del POUM, sino que se está defendiendo la República democrática frente al fascismo y que debe constituirse un Gobierno de la Generalitat de Frente Popular, con la participación de la CNT-FAI y la UGT.

Los anarquistas en el Gobierno

El 26 de setiembre se forma un Consejo Ejecutivo, presidido por Tarradellas, con tres representantes de ERC, tres de la CNT, dos del PSUC, uno del POUM, uno de ACR y uno de la UR. La declaración del Consejo subraya que va a imponer sus directrices en toda Cataluña, directrices —dice— «de las que no se podrá apartar nadie sin ser declarado faccioso».

Hasta ese momento, el Consejo Ejecutivo de la Generalitat no tenía ningún poder real. El verdadero gobierno era el Comité de Milicias que, como escribió Vicente Guarner, controlaba «la casi totalidad de las finanzas catalanas, las fronteras, la policía, los transportes, la sanidad pública y la dirección de la lucha en el frente de Aragón».

Pero la situación se deterioraba cada vez más y por todas partes los comités CNT-FAI y los incontrolados establecían reinos de taifas ajenos a toda regla y a todo control. De aquí que una de las primeras decisiones del nuevo Consejo, aplicada con éxito, fuese organizar un viaje de Tarradellas a Lérida y Tarragona, que vivían como cantones independientes, para intentar restablecer la autoridad de la Generalitat.

El día 1° de octubre el Consejo acordó la disolución del Comité de Milicias y la creación de la Junta de Seguridad, y el día 9 decidía disolver los Comités de Milicias y Comités Locales de toda Cataluña y publicaba un decreto que ordenaba la constitución de Consejos Municipales con una composición proporcional a la que tenía el Consejo Ejecutivo de la Generalitat.

El 22 de octubre aparecía en la prensa un comunicado conjunto de la CNT-FAI y del PSUC-UGT preconizando una serie de medidas políticas dirigidas a concentrar los esfuerzos de Cataluña en ganar la guerra. Estas medidas incluían la militarización de las milicias y la colaboración política, económica y militar con el Gobierno de la República, con el que apenas había relación desde Cataluña. El mismo día 22 el Consejo de la Generalitat aprobaba el decreto de colectivizaciones y control obrero, la entrega a la Generalitat de las armas existentes en la retaguardia y otras medidas con orientación similar.

Guerra o revolución

Desgraciadamente ni los acuerdos de las cuatro organizaciones ni las resoluciones del Consejo se tradujeron inmediatamente en una mejora de la situación. El 25 de octubre el POUM hacía un mitin en la Monumental en el que Jordi Arquer advertía que los milicianos estaban dispuestos a volver a Barcelona desde el frente a hacer la revolución si ésta era traicionada. La polémica sobre la prioridad de la guerra o de la revolución se endurecía.
El 4 de noviembre se crea en Madrid el segundo Gobierno Largo Caballero, en el que entran cuatro ministros de la CNT, mientras los ejércitos franquistas se acercan a Madrid. En esa situación, el POUM se opone a que las milicias catalanas vayan en ayuda de Madrid. «La Cataluña revolucionaria —escribe La Batalla- ha cumplido su deber en la guerra civil; ahora le corresponde a Madrid y al resto de España hacer otro tanto.»

El 14 de diciembre se disuelve el Gobierno de unidad y el 17 se crea un nuevo Consejo Ejecutivo, al que se incorporan los principales líderes de la FAI, en el que el PSUC tiene una Consejería más y no se incluye a ningún representante del POUM. El órgano central del POUM, La Batalla, escribe dos días después: «La clase obrera no puede permitir que, so pretexto de las necesidades de la guerra, sea creado de nuevo un ejército que de la noche a la mañana pueda transformarse en instrumento para aplastarla.»

El 20 de diciembre el PSUC y la UGT celebran un mitin en el Salón Price, en el que Comorera asume la responsabilidad de la reciente crisis del Consejo de la Generalitat, justificándola en la necesidad imperiosa de poner fin al caos que se ha producido en la economía y en la urgencia de aplicar las medidas adoptadas por el Consejo. Pero tampoco con el nuevo Gobierno de la Generalitat se avanzará rápidamente en esa dirección.  De hecho, la CNT-FAI continuaban practicando la táctica de considerar sus comités como verdaderos órganos de poder y la Generalitat como cobertura para legalizar su acción, táctica que facilitaba y estimulaba el POUM defendiendo abiertamente que lo más urgente era llevar hasta el fin la revolución social.

El enfrentamiento entre la CNT-FAI y el PSUC-UGT se extendía a todos los problemas fundamentales, y en el Gobierno de la Generalitat se eternizaban las discusiones y no se asumían actitudes decididas debido a la oposición de Tarradellas a tomar ninguna medida que no tuviera el asentimiento de los representantes de la CNT.

Fin del doble poder

Tras largas y penosas sesiones, el Consejo de la Generalitat aprobaba el 1.° de marzo los llamados Decretos de Orden Público, que ordenaban la disolución de todos los cuerpos de Seguridad —incluidas las patrullas de control- y su unificación en un único cuerpo de Seguridad Interior. También se disolvían los Consejos de Obreros y de Soldados y todos los organismos que ejercieran funciones de orden público.

El 13 de marzo, el Consejo acordaba dar un plazo de 48 horas para que se entregaran a la Generalitat todas las armas existentes en la retaguardia, evaluadas en más de 40.000 fusiles y que incluían hasta tanques y cañones. Tarradellas hizo un discurso por la radio pidiendo unidad y la colaboración ciudadana para la aplicación de estas medidas. Pero sus palabras no serían escuchadas por los anarquistas. Ya el 10 de marzo la Federación Local de grupos anarquistas de Barcelona había publicado un manifiesto pidiendo la anulación de los Decretos de Orden Público «atentatorios a las esencias de la revolución en marcha». Francesc Esgleas, consejero de Defensa, presentó la dimisión y los demás consejeros de la CNT se solidarizaron con él.

El 26 de marzo se notificaba oficialmente la crisis del Consejo, más grave que las anteriores porque los representantes de la CNT se desolidarizaban con acuerdos aprobados por ellos mismos. La polémica pública entre CNT-FAI y PSUC-UGT arreció, y el 3 de abril Tarradellas constituyó un Gobierno provisional con sólo seis consejeros; pero los dos representantes de la CNT no acudieron a su primera reunión. El PSUC condicionaba ahora la unidad a la aceptación del Frente Popular y la formación de un Gobierno con plenos poderes que tuviera como programa de acción su llamado Plan de la Victoria. La CNT rechazaba tal plan y reclamaba la reconducción de un Gobierno sindical, basado en la CNT y la UGT, y la reforma de los Decretos de Orden Público.

Por fin, el 16 de abril se constituye un nuevo Consejo, similar en su composición política al dimitido oficialmente el 26 de marzo, en el que la principal novedad es la creación de un Consejo Superior de Guerra, presidido por Companys, y la formación de la Comisión de Industrias de Guerra con la participación de todas las fuerzas representadas en el Consejo. Cambio importante fue también la disolución de la Junta de Seguridad Interior y el nombramiento de Rodríguez Salas como comisario general de Orden Público.

El 25 de abril, Roldán Cortada, secretario de Rafael Vidiella en la Consejería de Trabajo y Obras Públicas, era asesinado. El 27 se produjeron varios muertos en Bellver de Cerdanya en un choque armado entre los carabineros y los milicianos anarquistas comandados por Martín (el Cojo de Málaga), que ejercía el control absoluto de la frontera con Francia desde el 19 de julio y se negaba a entregarlo a los representantes del Gobierno.

Los llamamientos de la FAI y del POUM a que nadie se dejara desarmar y a impedir la aplicación de los Decretos de Orden Público eran una abierta incitación a la subversión.

El día 2 de mayo, el órgano oficial de la CNT, Solidaridad Obrera, escribía: «La garantía de la revolución es el proletariado en armas. Intentar desarmar al pueblo es colocarse al otro lado de la barricada.  Trabajadores: ¡Que nadie se deje desarmar por ningún concepto!»

El desenlace

El 3 de mayo, a las tres de la tarde, Rodríguez Salas, cumpliendo órdenes de Ayguadé y de Companys, entraba en la Telefónica al frente de una Compañía de Guardias de Asalto para hacerse cargo del control de la misma. Pero sólo pudo ocupar la planta baja. Los fascistas habían colocado ametralladoras en el primer piso, donde se hicieron fuertes.

Este incidente da comienzo al levantamiento de barricadas en numerosas calles y plazas de Barcelona y a los combates callejeros que se prolongan hasta el día 6. Durante estos tres días fueron atacados los edificios de la Jefatura de Policía, la Generalitat, Gobernación, el Parlamento (residencia del presidente de la República, don Manuel Azaña) y otros, pero los atacantes se dispersaron rápidamente en todos los casos al ser repelida su agresión. Fue, sobre todo, en el curso de estos ataques que se produjeron los varios centenares de muertos y el millar de heridos que registraron las estadísticas.

Ningún local de la CNT-FAI o del POUM fueron atacados. El PSUC, las JSUC y la UGT se limitaron a defender sus propias sedes y a enviar militantes a los centros oficiales que lo solicitaron para reforzar su defensa. La Telefónica fue el único lugar que ocuparon las fuerzas dependientes de la Generalitat para poner fin al secuestro en que la CNT-FAI mantenían las comunicaciones telefónicas, situación por la que tanto el jefe del Gobierno, Largo Caballero, como el presidente de la República, don Manuel Azaña, habían expresado días antes su disgusto al presidente Companys.

El historiador Francesc Bonamusa atribuye el levantamiento insurreccional a «la mayoria de las patrullas de control, los Comités de Defensa Confederal, sectores de la CNT-FAI, las Juventudes Libertarias, el POUM, las Juventudes Comunistas Ibéricas y agrupaciones extremistas como los Amigos de Durruti y otras». Bonamusa relata a continuación que en la misma tarde del día tres se publicaron notas de los comités regionales de la CNT y de la FAI «en las que se requería que se abandonasen las armas y se llegara a un acuerdo entre los diferentes sectores de la UGT y de la CNT».

En la noche del tres los representantes de la CNT en el Consejo de la Generalitat llamaron por la radio a los insurrectos a deponer las armas. Otro tanto harían los días 4, 5 y 6 los dirigentes de la CNT y UGT llegados de Madrid así como García Oliver y Federica
Montseny, miembros del Ministerio Largo Caballero.

En la madrugada del día cinco el Consejo estaba dimitido y se creaba otro provisional, bajo la presidencia de Companys, compuesto por los secretarios generales de la UGT y de la CNT, Antonio Sesé y Valerio Más, por el representante de la UR, Joaquín Pou, y por Martí Faced, representante de ERC.

A mediodía, cuando se dirigía en automóvil a tomar posesión de su nuevo cargo, el secretario general de la UGT, Antonio Sesé, era ametrallado y muerto en el acto en plena calle Caspe. Horas más tarde, Sesé era remplazado por Rafael Vidiella y el Consejo se constituía. Pero los combates callejeros continuaban, y La Batalla publicaba un manifiesto de «Los Amigos de Durruti» en el que —según Bonamusa- «se pedía que fueran fusilados los “culpables” de la “subversión” y se disolvieran todos los partidos políticos que hubiesen “agredido” a los trabajadores». 

El día 6, el Gobierno Central, autorizado por el presidente de la República, se hacía cargo del Orden Público en Cataluña y designaba al general Pozas, jefe de la IV División Militar con mando sobre las fuerzas del frente de Aragón, dependientes hasta entonces de la Consejería de Defensa de la Generalitat. Para respaldar estas medidas eran enviados desde Valencia fuertes contingentes de policía y llegaban al puerto de Barcelona los barcos de guerra «Lepanto» y «Sánchez Barcaiztegui».

El día 7 se reanudaba parcialmente el trabajo y el 8 se restablecía la normalidad dejando como balance numerosos muertos y heridos, una población más dividida y desmoralizada y una Generalitat disminuida en sus funciones tras la asunción por el Gobierno Central del Orden Público y de la Defensa.

Aunque los periódicos no lo publicaron, días más tarde se conocía en Barcelona que unidades de las Divisiones 26 y 29, mandadas respectivamente por jefes anarquistas y del POUM, llegaron a Barbastro desde el frente de Aragón con el propósito de marchar a Cataluña en socorro de los sublevados. El teniente coronel Reyes, que mandaba la aviación destacada en Sariñena, les hizo saber que serían bombardeados en la carretera si no desistían de su propósito, lo que evitó, quizá, que los hechos de mayo de Barcelona fuesen todavía más trágicos y sus consecuencias más perjudiciales.

Las Consecuencias

Los hechos de mayo determinaron la caída del Gobierno Largo Caballero y la formación del Gobierno Negrín. En la reunión del Consejo del 15 de mayo los dos ministros comunistas reclamaron la dimisión de Angel Galarza, ministro de Gobernación, por no haber sabido evitar y descubrir el complot «trotskista» causante de los hechos de Barcelona y pidieron que se tomaran medidas contra el POUM, inspirador  -según ellos- y principal responsable de los mismos. Largo Caballero rechazó ambas peticiones y afirmó -según escribió él mismo años después- que los hechos de Barcelona no se habían producido contra el Gobierno, «sino entre elementos sindicales y políticos que pretendían monopolizar la dirección suprema de los obreros de la región catalana». Ante esta respuesta los ministros comunistas abandonaron la reunión y Negrín, Prieto, Giral, Irujo y Alvarez del Vayo hicieron otro tanto. La crisis se resolvió el día 17 con la formación de un Gobierno de Frente Popular, presidido por Negrín, sin representantes anarcosindicalistas ni de la UGT y del que no formaban parte Angel Galarza y Largo Caballero.

En Cataluña, tras difíciles negociaciones, se constituye el 29 de junio un Consejo de la Generalitat del que se autoexcluye la CNT- FAI y en el que el PSUC está representado directamente y no a través de la UGT como en los anteriores. La etapa de los gobiernos basados principalmente en la representación sindical queda atrás y, tanto en Cataluña como en España, se pasa a la de los Gobiernos de Frente Popular. La tesis de que lo primero es ganar la guerra se impone por fin, pero tan tarde y con tantas resistencias que la República será derrotada, lo que conllevará no sólo la pérdida de las conquistas revolucionarias posteriores al 19 de julio de 1936, sino la represión más total y sangrienta del movimiento obrero que registra la historia.

Epílogo

El día 28 de mayo de 1937 se prohíbe la publicación de La Batalla y el 16 de junio el POUM es disuelto y declarado ilegal. A la vez, se detiene y encarcela a los miembros de su comité ejecutivo. Andreu Nin es trasladado desde Barcelona a una finca-cárcel de Alcalá de Henares, de donde desaparece misteriosamente en los primeros días de agosto. El 11 de octubre de 1938 los dirigentes del POUM son juzgados y condenados en Barcelona.

Este es, sin duda, el episodio más triste de las disputas y enfrentamientos en el campo republicano durante la guerra civil.
El POUM actuó evidentemente como abanderado principal de la tesis demagógica e infantil según la cual para ganar la guerra debía hacerse primero la revolución social, y protagonizó o respaldó, como hemos relatado, todos los actos que retrasaron la aplicación de la política que podía haber llevado a la victoria republicana.

No fue justo sin embargo —y ello constituyó uno de los errores más graves del PCE y del PSUC durante la guerra civil- asimilar el POUM al trotskismo internacional y equiparar a sus dirigentes con los condenados como espías de Moscú en el proceso del «centro paralelo trotskista», los cuales fueron, por otra parte, injustamente acusados según descubrió el informe de Jruschov al XX Congreso del PCUS, en febrero de 1956.

Esta actitud del PCE y del PSUC dio base, además, a las acusaciones que se hicieron a los comunistas españoles de ser responsables de la desaparición y la muerte de Nin, acusaciones que nunca se pudieron probar pero que relegaron a un segundo plano la hipótesis más probable, aceptada por el propio Negrín, que fueran agentes alemanes quienes sacaran a Nin de la finca- cárcel de Alcalá y le hicieran desaparecer.

Después del XX Congreso del PCUS yo he considerado y considero también posible que fuesen agentes soviéticos quienes lo hicieran. En todo caso, ni durante los hechos de mayo de 1937 ni en mi relación posterior con militantes y dirigentes del PCE y del PSUC, a lo largo de casi cuarenta años, observé un solo indicio de que en la desaparición de Nin hubiese participación alguna de comunistas españoles.

GREGORIO LÓPEZ RAIMUNDO


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