Franco asume el
mando / la guerra se decide en el norte
El decreto que por acuerdo de los componentes de la Junta de Defensa Nacional
otorgó a Franco su triple condición de jefe del Gobierno, generalísimo de los
Ejércitos y comandante de las Fuerzas Operativas, se publicó en el Boletín
Oficial de la Junta
n.° 32 de 30 de setiembre y al día siguiente se hizo efectivo de forma solemne
en Burgos en un acto en el que el general Cabanellas entregaba el mando a su
sucesor.
El período de «directorio militar republicano» había muerto
de derecho aunque de hecho su fallecimiento era anterior. Los hombres que
tomaron tan importante decisión fueron los generales Cabanellas, Saliquet, Franco,
Gil Yuste, Queipo de Llano, Kindelán, Mola, Orgaz y Dávila y los coroneles Montaner
y Moreno Calderón, que con el almirante Moreno, componían en ese momento la Junta de Defensa Nacional.
Sus deliberaciones se celebraron en Salamanca, en el aeródromo de Matilla de
los Caños, los días 21 y 28 de setiembre y a ellas no asistió Moreno, que se
encontraba embarcado.
El flamante jefe del Gobierno del Estado español, que habría
de permanecer al frente de la nación hasta su muerte 39 años más tarde,
configuró el esquema de un Estado rudimentario sobre un órgano de gobierno que
denominó Junta Técnica del Estado, de la que nombró presidente al general
Dávila y que, como embrionarios ministerios, contaba con las comisiones de Hacienda;
Justicia; Industria, Comercio y Abastos; Agricultura y Trabajo Agrícola;
Trabajo; Cultura y Enseñanza; y Obras Públicas y Comunicaciones. Dependían
directamente de Franco la
Secretaría General , la Secretaría de Relaciones Exteriores, la Secretaría de Guerra,
de la que se encargó el general Gil Yuste, y el Gobierno General.
Mola fue confirmado en la jefatura del Ejército del Norte y
sus atribuciones se ampliaron notablemente, pues pasaron a su cargo las Fuerzas
Expedicionarias mandadas antes por Franco y los frentes del Centro. Sus fuerzas
fueron las de las divisiones orgánicas 5,ª, 6.ª, 7ª y 8ª, la nueva de Soria, que en cierto modo sustituía
a la 3ª (Valencia), y la
Agrupación de Columnas de Madrid, que entonces mandaba el
general Varela.
Queipo de Llano fue nombrado jefe del Ejército del Sur con jurisdicción
sobre todas las tropas que operaban en Andalucía y Badajoz y Orgaz pasó a
mandar en propiedad las Fuerzas Militares de Marruecos, de las que era segundo
jefe, siendo también nombrado alto comisario de España en Tetuán. El general Cabanellas
se vio nombrado inspector general del Ejército, cargo de relumbrón, pero sin
ninguna competencia efectiva, que le relegaba al ostracismo.
La nominación de Franco coincidió en el tiempo, y no casualmente,
con los dos acontecimientos que determinaron la inversión de la situación
estratégica y política, la liberación del Alcázar de Toledo —defendido por el
coronel Moscardó desde el primer día de la guerra- y la ruptura del bloqueo del
Estrecho. El avance hacia Toledo exigió un cambio de ruta de las columnas de Yagüe,
que al llegar a Maqueda recibieron la orden de abandonar la carretera que
llevaba a Madrid y tomar la que conducía a la imperial ciudad. Se resistió a
cumplirla y fue relevado del mando por el general Varela.
Ello supuso la pérdida de varias jornadas en el avance hacia
Madrid y muchos comentaristas han opinado que esa medida fue responsable de que
los republicanos pudieran defender Madrid, pero fue mucho más transcendental la
decisión posterior de enviar a Asturias nueve unidades tipo batallón procedentes
de África, de las desembarcadas los primeros días de octubre.
Esas unidades lograron vencer la tenaz resistencia de las columnas
de mineros y el día 17 de octubre llegaron al Naranjo desde donde descendieron
a Oviedo para darse la mano con sus defensores después de haberse labrado un
estrecho y largo pasillo desde Grado a la capital del principado.
La situación de la ciudad siguió siendo muy precaria pues
continuó semicercada y con una línea de comunicaciones, débil y batida, de más
de 30 kilómetros
de longitud y en constante peligro de estrangulamiento. Las guarniciones de El
Alcázar y Oviedo se habían salvado y sus heroicos jefes, Moscardó y Aranda,
fueron ascendidos a generales. Al primero se le nombró jefe de la nueva
división orgánica de Soria y al segundo, comandante militar de los frentes de
Asturias y León.
Librado Oviedo, gran parte de las tropas marroquíes que
habían participado en ra operación fueron trasladadas al frente de Madrid, pero
se habían perdido 15 días cruciales y el Gobierno de Madrid los había
aprovechado para poner en pie a las primeras brigadas del nuevo Ejército
Popular —seis nacionales y dos internacionales- que en los primeros días de
noviembre se situaron en torno a Madrid, a disposición del jefe del Ejército de
Operaciones del Centro de España, pero que no podría utilizarlas sin
autorización expresa del ministro de la Guerra y presidente del Gobierno.
Franco, fiado de la potencia y de la eficacia de las tropas
africanas, abrigaba la certeza de que, ellas solas, serían capaces de decidir
la guerra en pocas jornadas y a esa idea adecuó su conducta. Las columnas del
Ejército Expedicionario constituirían su fuerza de maniobra y todas las
restantes no tendrían otro cometido que el de cubrir los frentes pasivos y
proteger flancos y retaguardias.
La única necesidad adicional sería la de asegurar a las
tropas de choque apoyo aéreo y medios blindados de ruptura y supuso que para
ello bastaría con los aviones que había importado hasta entonces de Italia y Alemania,
con las dos compañías Panzer I alemanes y las 15 tanquetas italianas que ya se
encontraban en España, aunque sólo hubieran actuado aún cinco de estas últimas.
Estas esperanzas se vinieron abajo en los primeros días de noviembre
cuando Varela llegó a las puertas de Madrid. Aunque sus columnas eran ya ocho y
tenía una novena en organización, los generales Pozas y Miaja, jefes
respectivamente del Ejército de Operaciones del Centro de España y de las
Fuerzas de Defensa de Madrid, le aventajaban en número y medios. Por añadidura contaban
con el refuerzo del Cuerpo Aéreo soviético de Douglas y con la agrupación de
tanques de Krivoshein.
A pesar de ello Franco se empeñó en mantener la ofensiva y cosechó
una serie sucesiva de fracasos al intentar conquistar la capital con ataques
reiterados. Primero frontalmente y después pretendiendo envolverla por sus
flancos, inicialmente por la carretera de La Coruña , más tarde por el Jarama y por último por
Guadalajara, con el CTV (cuerpo de ejército italiano que llegó a España a
partir de las últimas decenas de diciembre y que quedó completo a finales de
febrero de 1937).
Todos esos esfuerzos obligaron a ampliar la movilización y
entre setiembre de 1936 y febrero del 37 se llamaron a filas a los mozos de 1932, 1936 y 1931, comenzando en enero del 37 la incorporación
de los de 1937. Ello suponía la presencia en el Ejército de muy cerca del medio
millón de hombres, frente a los cuales resultaba escaso el volumen de las
fuerzas africanas que, por añadidura, habían sufrido fuertes pérdidas.
Ciertamente que en agosto se abrió la recluta en el Tercio y
en las Fuerzas Regulares Indígenas, pero resultaba ya imperativo reorganizar
las Fuerzas Armadas para hacer frente a la nueva situación que era la de guerra
larga.
Los sucesivos fracasos en Madrid supusieron una enorme
decepción para Franco, que había creído que la guerra estaba ya muy próxima a
su final y se negó durante mucho tiempo a aceptar la realidad.
El material alemán era netamente inferior al soviético y la
llegada a España de la
Legión Cóndor a mediados de noviembre -su primer servicio de
guerra lo efectuaron el 26 de noviembre- no hizo sino confirmarlo. Sus cien
aviones de combate, sus siete baterías antiaéreas y los Panzer I -éstos no
estaban integrados en la Legión Cóndor y constituyeron dos compañías, a las que en diciembre se agregó una tercera, con tripulaciones españolas e instructores alemanes y su primera actuación se produjo el 13 de noviembre en el río Manzanares-, nada pudieron hacer frente a los aviones y los carros soviéticos que conquistaron y retuvieron la superioridad hasta bien entrada la primavera.
La
Junta Central Carlista de guerra pretendió constituir con sus
tercios de requetés grandes unidades, autorización que le fue denegada, y crear
la Real Academia
de oficiales del Requeté, intento que llevó al exilio a Fal Conde, delegado
regio en España, y los falangistas, por su lado, constituyeron academias de
oficiales que, de momento, fueron toleradas.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que sus tropas de
choque no eran ya resolutivas y que había que dar mayor mordiente a las despreciadas
unidades territoriales y de milicias si quería salir del punto muerto a que le
había llevado su empecinamiento en conquistar Madrid sin antes lograr la
superioridad en aire y tierra.
Su decisión fue precedida por algunas medidas que iban
poniendo de manifiesto que las antiguas certidumbres empezaban a ponerse en
duda.
Las escuelas de oficiales provisionales aumentan en número y
pasan de 5000 los alféreces que nutren las unidades de combate procedentes de
las escuelas creadas por la
Junta de Defensa. Se constituye el Alto Tribunal de J usticia
Militar, del que se nombra presidente al teniente general en reserva Francisco Gómez
Jordana; se restablecen los Tribunales de Honor y se crean los Consejos Superiores
del Ejército y de la Marina ,
con la misión primordial de eliminar a los desafectos, los indecisos y los
ineptos.
La del Ejército la formaron los generales Queipo, Mola, Gil Yuste, Orgaz y Dávila y posteriormente se dio entrada a Cabanellas, Saliquet, Martín Moreno y Kindelán y la de
Marina los almirantes Castro, Ruíz Atauri, Cervera —que había sido nombrado
jefe del Estado Mayor de la
Armada- y los habilitados Moreno y Vierna.
A petición de las Juntas se restableció el ascenso por
méritos de guerra, recompensa suprimida por Azaña y que en zona republicana se
recuperó apenas iniciadas las hostilidades. Era una medida que encontraba una
fuerte resistencia entre los militares y Mola estableció en la fase conspiratoria
que nadie sería premiado por su participación en el movimiento, pero una cosa
era lo que se decidió con vistas a un golpe de Estado y otra lo que exigía una contienda
generalizada en la que no había más remedio que seleccionar a los mejores y los
más capaces.
A pesar de ello no se concedió ningún ascenso, que no fuera ordinario,
hasta entrado el año 1937, aunque el 26 de diciembre se otorgó el empleo de
general de división a Orgaz, Mola, López Pinto, Ponte, Valdés y Dávila. En los mandos superiores hubo
pocos cambios: en la 5ª división, Ponte sustituyó a Gil Yuste cuando éste fue
nombrado vocal de la Junta ;
en la 6; De Benito relevó a Mola hasta que en diciembre se nombró a Alvarez Arenas;
en la 8ª Kirpatrick remplazó a Lombarte y, ya el 11 de febrero de 1937,
ascendieron a general: Martín Moreno —jefe del Estado Mayor de Franco—,
Serrador, Solans, Cebrián, Solchaga, Monasterio, Tenorio y Cánovas.
En los frentes, a pesar de la expansión, se seguía con la
organización de pequeñas columnas de composición variable adaptadas a la
longitud del frente que cubrían o a la misión que se les encomendaba, pero
comenzó a producirse una clara separación de funciones. De un lado la antigua organización
a la que se mantenía con funciones puramente logísticas y administrativas, que
se encargaban a viejos generales y jefes en reserva o retirados que iban
cubriendo los puestos de jefes de las divisiones orgánicas y de los gobiernos
militares provinciales, y de otro las columnas de operaciones cada vez más directamente
dependientes de los generales de los ejércitos.
Dentro de este esquema todas las fuerzas que asediaban la
capital se reunieron en la que se llamó división reforzada de Madrid, de la que
se dio el mando al general Orgaz y ya dentro de 1937 se fueron transformando
las divisiones orgánicas en cuerpos de ejército, igualmente orgánicos, a la vez
que las columnas que operaban dentro de sus demarcaciones se reunían en
divisiones de carácter territorial.
Comenzó la transformación en el frente de Madrid, donde con
anticipación clara ya el 5 de diciembre la 7.u división pasó a llamarse VII
Cuerpo de Ejército y quedó éste constituido por las divisiones de Soria
(general Moscardó); de Avila (general Serrador) y reforzada de Madrid (general
Orgaz). Esta última constituida por tres brigadas (Varela, Monasterio y
Fuentes) y la Comandancia
Militar de Cáceres.
Poco después, el 12 de diciembre, desaparecieron las
brigadas y el frente de Madrid se dividió en sectores que quedaron al mando de
Rada, García Escámez, Asensio, Fuentes y Cebollino, reteniendo Orgaz una masa
de maniobra constituida por las columnas de Monasterio, Buruaga y Barrón, al
mando de Yagüe.
La segunda división que siguió ese camino fue la 6.” , que dio nacimiento al VI
Cuerpo de Ejército al mando del general López Pinto, y sus tropas se
estructuraron en las divisiones 61 —constituida por las cuatro brigadas de
Navarra en que se transformaron las columnas que conquistaron Guipúzcoa—, al mando
del general Solchaga y que cubría el frente desde Orduña a Ondárroa en la
costa, y la 62, cuya jefatura se concedió al general Ferrer, y que defendía el
frente de las provincias de Burgos y Palencia con las tropas que darían origen
a la I y II
Brigadas de Castilla.
Pero a medida que permitiría toda esa transformación fue la
que el día 25 de marzo dio nacimiento a la Jefatura de Movilización,
Recuperación e Instrucción (MIR), a cuyo cargo quedó el encuadramiento,
instrucción y adiestramiento de los reclutas y reservistas que fueron
incorporándose al servicio y que, posteriormente, serían destinados a las
unidades en formación.
Tomó el mando del nuevo organismo el general Orgaz que cesó
en el de la división reforzada de Madrid, donde le sustituyó el general Valdés
Cabanilles, y en la
Alta Comisaría de España en Marruecos, que fue ocupada por el
coronel Beigbeder mientras los generales Alvarez Arenas y Cánovas tomaban el
mando de las circunscripciones oriental y occidental del protectorado.
Fue una medida que tuvo en lo orgánico tanta transcendencia como
la que simultáneamente se tomó en lo estratégico: abandonar Madrid y dirigirse
al Norte. Ambas resultarían decisivas para el curso posterior de la guerra.
La guerra se decide
en el Norte
La resolución de operar por el Norte con el objetivo de
aniquilar al Ejército gubernamental que al mando del general Llano de la Encomienda defendía las provincias de Vizcaya, Santander y Asturias, con sendos cuerpos de ejército, era de sentido
común.
En todos los frentes se había llegado a una estabilización
completa y el equilibrio resultante era muy difícil de romper, pues incluso en el
Sur, donde una afortunada operación realizada durante los meses de enero y
febrero había permitido la conquista de Málaga y su provincia por las tropas de
Queipo de Llano, reforzadas con las de la Misión Militar
Italiana que constituyeron semanas después el CTV, bastó la presencia de una
brigada española y otra internacional para que quedara cerrada la ruta de
Almería barreada por un sólido frente apoyado de un lado en Sierra Nevada y de otro
en el mar.
Para salir del punto muerto no se ofrecía a los nacionales
otra posibilidad que la de acumular, sobre la fracción más pequeña de las dos
en que estaba dividido el ejército y el territorio republicano, medios
superiores a los suyos y derrotarla, aunque para ello sería necesario aceptar
el quedar en manifiesta inferioridad en todos los frentes restantes. Era una
decisión arriesgada y fue acompañada por una orden de Franco en la que se prohibía
a los jefes de los ejércitos emprender ninguna acción ofensiva que distrajera
fuerzas a la ofensiva única y principal que se desarrollaría en el Norte.
Para allí iría la práctica totalidad de la Aviación y los más
importantes medios artilleros y de ruptura y en los restantes frentes las
tropas recibieron la consigna de resistir en caso de ataque en sus débiles
posiciones, hasta hacer desistir de su esfuerzo al enemigo o hasta permitir el
movimiento de las reservas en el caso de que se produjera alguna ruptura
peligrosa.
Ante esta nueva situación, las tropas que cubrían los
frentes que pasaban a ser pasivos se reorganizaron para poder cumplir su misión
de actuar durante un tiempo prolongado como «yunques».
El 3 de abril la división reforzada de Madrid se transformó
en cuerpo de ejercito y las tropas que cubrían sus antiguos sectores dieron
origen a las divisiones 1, 2, 3 y 4, que mandaron Iruretagoyena, Asensi, Barrón
y Yagüe en tanto sendas brigadas cubrían la Ciudad Universitaria
y la provincia de Cáceres.
Días más tarde, el 17, se ampliaba de nuevo la zona del VII Cuerpo
de Ejército y de él pasaban a depender todas las del anterior, que
momentáneamente desapareció, y la división de Ávila. La numeración de las
divisiones se modificó y éstas pasaron a ser las 71, 72, 73, 74 y 75. La
división de Soria, que hasta entonces dependía del VII Cuerpo de Ejército, pasó
a integrarse en las fuerzas de Aragón que, a su vez, se reunieron en el V Cuerpo
de Ejército, en el que tuvieron cabida las divisiones 51 —norte del Ebro—; 52
—sur del Ebro hasta Medinaceli—; y la antigua de Soria, que pasó a ser la 53.
En el Sur, el general Queipo de Llano reunió sus fuerzas en
cuatro divisiones en línea y una de reserva que llevaron los números 21, 22,
23, 24 y 102, esta última con la numeración que se aprobó para las divisiones
de reserva que todos los cuerpos de ejército recibieron orden de constituir.3
En el Norte las tropas que inicialmente no estuvieron
implicadas en la maniobra, es decir la de la 8.“ división, sufrieron un proceso
análogo: el 4 de febrero se unificaron bajo el mando del general Aranda con las
de la Comandancia
Militar de Asturias y en el mes de mayo se estructuraron en
el VIII Cuerpo de Ejército que dispuso de las divisiones 81, que al mando del
general Mújica cubría el frente de León; 82, que conducida por el coronel Ceano
cubría el de Asturias; y la 83, o móvil, que, dirigida por el general Martín
Alonso, era la unidad de maniobra a disposición del general Aranda. La
guarnición de Oviedo y su pasillo constituyó una brigada de posición al mando
del coronel García Navarro.
En ese momento las fuerzas voluntarias de milicias eran una importante
fracción del conjunto con un volumen que permitía la constitución de 135
batallones, unidad tipo en la que se estaban estructurando desde octubre de
1936 y Franco las integró fuertemente en el Ejército ordenando en diciembre su militarización,
aunque permitiéndolas conservar los signos externos de su identidad. La medida
vino precipitada por unos acontecimientos de carácter político que culminarían
en Salamanca en abril de 1936.
Para impedir la consolidación de estos ejércitos políticos,
Franco creó la Jefatura
Nacional de las Milicias, reservándose el puesto y nombrando
segundo jefe al general Monasterio, y cerró el reclutamiento de requetés y falangistas,
que en ese momento pasaban de los 100.000, de los que una fracción muy
considerable se concentraba precisamente en los frentes que iban a pasar a ser
principales. Allí, en los límites de Vizcaya, desplegaban 143 compañías de
requetés, 99yde falangistas y 15 de otras tendencias.
Cuando el 21 de marzo el general Franco decidió llevar el
esfuerzo de guerra a Vizcaya echó una dura tarea sobre las brigadas de Navarra
que apenas recibieron refuerzos y cuyo núcleo principal lo constituían los
requetés navarros y vascos. Fueron muy pocas las tropas terrestres que los
reforzaron y prácticamente se redujeron a seis batallones, de ellos tres
africanos, pero, en contrapartida, recibieron un fuerte apoyo aéreo y
artillero.
Subió al Norte la casi totalidad de la aviación, que quedó
al mando del general alemán Sperrle, jefe de la Legión Cóndor, del que dependerían sus fuerzas; las de la Región aérea del Norte, mandadas por el teniente coronel Rubio; y las de la aviación legionaria, que estuvieron sucesivamente bajo la jefatura de los coroneles Verlardi y Bernasconi. En conjunto, más de 200 aviones que daban a Mola una abrumadora supremacía aérea local.
En aquel momento la Aviación republicana era superior a la nacional
tanto cuantitativa como cualitativamente, pero su grueso se mantuvo en los
frentes centrales y la fracción destacada en las provincias cantábricas no podía
enfrentarse con posibilidades de éxito con los aviones que en el sector había
acumulado Franco. Era una debilidad estratégica derivada de la división del
territorio gubernamental en dos zonas lo suficientemente alejadas entre sí como
para hacer imposible la reunión de sus medios aéreos, lo que les obligaba a dispersarlos.
Algo semejante sucedía en artillería y así el coronel
Martínez Campos, comandante principal de artillería de las brigadas de Navarra,
pudo concentrar una masa superior a la de sus contrarios, pero aun así las
fuerzas acumuladas eran insuficientes para mantener un esfuerzo ofensivo
continuado y tuvieron que reforzarse sobre la marcha. Acudió primero la brigada
italo-española de Flechas Negras, con mandos mayoritariamente italianos y tropa
en más de sus tres cuartas partes española, y se crearon luego dos nuevas
brigadas de Navarra —V y VI—.
Finalmente se recurrió a la agrupación XXIII de Marzo del
CTV.
Con todos esos medios se fue quebrantando la resistencia del
cuerpo de ejército vasco —también muy reforzado- y al comenzar junio Bilbao
estaba ya directamente amenazada.
Entonces un acontecimiento fortuito introduciría importantes
variantes en el esquema orgánico nacional. El día 3 de junio moría en accidente
de aviación el general Mola y este hecho reforzaba aún más la posición personal
de Franco ya muy robustecida desde el 19 de abril cuando unificó por decreto a
todas las fuerzas políticas que habían prestado su apoyo a la rebelión y a sus milicias.
Estas se unificaron en la que se llamó Milicia Nacional de FET
y de las JONS, de la que se nombró jefe al general Monasterio y subjefes a los
coroneles Rada y Gazapo, que contarían con el asesoramiento político de Jesús
Elizalde y Agustín Aznar, jefe éste de la primera línea de Falange y aquél,
dirigente destacado del Requeté.
El mando que hasta entonces había ostentado Mola se dividió escindiéndose
de él los frentes del Centro y Aragón que se reunieron en un nuevo Ejército: el
del Centro, cuyo mando se otorgó al general Saliquet. El del Norte, con
jurisdicción sobre los frentes del Cantábrico, quedó a las órdenes del genera]
Dávila, que cesó en la presidencia de la Junta Técnica del
Estado, cargo en el que le sustituyó el teniente general Gómez Jordana,
relevado a su vez en el Alto Tribunal de Justicia Militar por el general en reserva
Rodríguez Arias.
Renació el cuerpo de ejército de Madrid como I Cuerpo de Ejército
y las divisiones 71, 72, 73 y 74 pasaron a ser las ll, 12, 13 y 14; la 75
recobró su antiguo número 71 y con la 53, que recibió el 72, formaron el VII
Cuerpo de Ejército. Aquél lo mandó Yagüe y éste Varela. El V Cuerpo de
Ejército, que quedó reducido a las divisiones 51 y 52, seguía al mando del
general Ponte y le completaban las brigadas mixtas de posición y móvil.
Días antes, dentro del mes de mayo, Queipo de Llano desglosó
su cuerpo de ejército en dos, el II o de Córdoba, del que se hizo cargo el
general Solans, y el III o de Granada, que dio al general González Espinosa.
Aquel quedó con las divisiones 21 y 22 y esta última se desglosó en junio para
dar nacimiento a la que inicialmente llevó el número 25 y luego el 23. El III
Cuerpo se constituyó con las divisiones 23 y 24 de las que ésta se escindió
para dar nacimiento a la 26. Siguiendo la lógica del sistema estas tres pasaron
a recibir los números 31, 32 y 33.
La organización de las divisiones de reserva seguía su curso
y en julio estaban ya dispuestas la 10.2 y 112 en el Ejército del Sur; la 105
en Aragón; la 107 en Castilla; la 108 en Galicia, y en Marruecos se iniciaba la
organización de la 150 y 152 —quedaron nonatas la 106 y 151 y la 107
desapareció, sustituida por la 117, que se integró en el VII Cuerpo de Ejército
recibiendo el número 73.
La reorganización alcanzó también a las fuerzas italianas
que después de su revés en Guadalajara prescindieron de sus hombres menos
capaces y sus cuatro divisiones —Dio Lo Vuole, Fiamme Nere, Penne Nere y
Littorio— quedaron reducidas a tres —Littorio, Fiamme Nere y XXIII de Marzo—.
En el mando, Bástico relevó a Roata, que permaneció en España al frente de las
brigadas de Flechas.
Conquistado Bilbao el 19 de junio de 1937, el Ejército
Popular, que había desencadenado violentos ataques por todos los frentes para
tratar de detener la ofensiva contra Vizcaya, organizó un ejército de maniobra
que al mando del general Miaja se lanzó al ataque por los frentes centrales con
la intención de copar al I Cuerpo de Ejército nacional y levantar el asedio de
Madrid.
En esta ocasión se creó una situación delicada que obligó a
Franco a paralizar la campaña norteña y encaminar hacia Madrid a importantes
fuerzas navarras —las Brigadas IV y V- y la práctica totalidad de la Aviación. Restablecida
la situación y después de una dura lucha de desgaste que no cesó hasta
recuperar la aldea de Brunete, que dio nombre a la batalla, estas fuerzas
regresaron a sus puntos de partida y se reemprendió la ofensiva en el Norte que
terminó con la derrota y aniquilamiento del XV Cuerpo de Ejército Republicano y
de importantes fracciones del XIV y XVI.
Una nueva ofensiva gubernamental, esta vez en dirección a Zaragoza,
no pudo impedirlo y apenas distrajo otras reservas nacionales que las
representadas por las brigadas de Flechas. La
Aviación permaneció donde estaba y el esfuerzo de las tropas
de Dávila continuó hasta la total ocupación de las provincias norteñas y la
destrucción del Ejército del Norte republicano que fue hecho prisionero en su
práctica totalidad; sólo unos pocos millares lograron evacuar Asturias por mar
y unirse al resto del Ejército Popular en Cataluña.
La catástrofe había sido enorme para el Gobierno. Perdió un ejército
con cuatro cuerpos de ejército, 16 divisiones y 56 brigadas mixtas; los
prisioneros pasaron de 150000; la
Marina vio desaparecer a dos destructores, cuatro submarinos,
dos torpederos y varios barcos menores de los que sólo lograron recuperar dos submarinos,
y la Aviación
del orden de los 250 aviones de los que más de un centenar eran modernos.
A partir de la desaparición del Ejército del Norte
republicano que mandaron sucesivamente los generales Llano de la Encomienda y Gamir y el coronel Prada, Franco era el más fuerte en
tierra, mar y aire. Para explotar debidamente los recursos que la
batalla había dejado libres y a los que se sumaban aquellos de que
se había apoderado, procedió a una restructuración de todas sus fuerzas y se dispuso a dar al Ejército Popular el golpe
definitivo.
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