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La Guerra Civil de España contada por los dos bandos

Franco toma las riendas en la ofensiva

Franco asume el mando / la guerra se decide en el norte

El decreto que por acuerdo de los componentes de la Junta de Defensa Nacional otorgó a Franco su triple condición de jefe del Gobierno, generalísimo de los Ejércitos y comandante de las Fuerzas Operativas, se publicó en el Boletín Oficial de la Junta n.° 32 de 30 de setiembre y al día siguiente se hizo efectivo de forma solemne en Burgos en un acto en el que el general Cabanellas entregaba el mando a su sucesor.

El período de «directorio militar republicano» había muerto de derecho aunque de hecho su fallecimiento era anterior. Los hombres que tomaron tan importante decisión fueron los generales Cabanellas, Saliquet, Franco, Gil Yuste, Queipo de Llano, Kindelán, Mola, Orgaz y Dávila y los coroneles Montaner y Moreno Calderón, que con el almirante Moreno, componían en ese momento la  Junta de Defensa Nacional. Sus deliberaciones se celebraron en Salamanca, en el aeródromo de Matilla de los Caños, los días 21 y 28 de setiembre y a ellas no asistió Moreno, que se encontraba embarcado.

El flamante jefe del Gobierno del Estado español, que habría de permanecer al frente de la nación hasta su muerte 39 años más tarde, configuró el esquema de un Estado rudimentario sobre un órgano de gobierno que denominó Junta Técnica del Estado, de la que nombró presidente al general Dávila y que, como embrionarios ministerios, contaba con las comisiones de Hacienda; Justicia; Industria, Comercio y Abastos; Agricultura y Trabajo Agrícola; Trabajo; Cultura y Enseñanza; y Obras Públicas y Comunicaciones. Dependían directamente de Franco la Secretaría General, la Secretaría de Relaciones Exteriores, la Secretaría de Guerra, de la que se encargó el general Gil Yuste, y el Gobierno General.

La Secretaría de Guerra contaba con sendas secciones de negociados de Tierra, Mar y Aire —cada una de ellas con secciones de personal, material y servicios- y una cuarta de Justicia. La dirección de las operaciones la llevaba personalmente el nuevo generalísimo con un cuartel general que con el tiempo adquiriría mayor volumen pero que inicialmente se redujo a un escueto Estado Mayor, la Intendencia General y las Comandancias Generales de Artillería e Ingenieros.

Mola fue confirmado en la jefatura del Ejército del Norte y sus atribuciones se ampliaron notablemente, pues pasaron a su cargo las Fuerzas Expedicionarias mandadas antes por Franco y los frentes del Centro. Sus fuerzas fueron las de las divisiones orgánicas 5,ª, 6.ª, 7ª  y 8ª, la nueva de Soria, que en cierto modo sustituía a la 3ª (Valencia), y la Agrupación de Columnas de Madrid, que entonces mandaba el general Varela.

Queipo de Llano fue nombrado jefe del Ejército del Sur con jurisdicción sobre todas las tropas que operaban en Andalucía y Badajoz y Orgaz pasó a mandar en propiedad las Fuerzas Militares de Marruecos, de las que era segundo jefe, siendo también nombrado alto comisario de España en Tetuán. El general Cabanellas se vio nombrado inspector general del Ejército, cargo de relumbrón, pero sin ninguna competencia efectiva, que le relegaba al ostracismo.

La nominación de Franco coincidió en el tiempo, y no casualmente, con los dos acontecimientos que determinaron la inversión de la situación estratégica y política, la liberación del Alcázar de Toledo —defendido por el coronel Moscardó desde el primer día de la guerra- y la ruptura del bloqueo del Estrecho. El avance hacia Toledo exigió un cambio de ruta de las columnas de Yagüe, que al llegar a Maqueda recibieron la orden de abandonar la carretera que llevaba a Madrid y tomar la que conducía a la imperial ciudad. Se resistió a cumplirla y fue relevado del mando por el general Varela.

Ello supuso la pérdida de varias jornadas en el avance hacia Madrid y muchos comentaristas han opinado que esa medida fue responsable de que los republicanos pudieran defender Madrid, pero fue mucho más transcendental la decisión posterior de enviar a Asturias nueve unidades tipo batallón procedentes de África, de las desembarcadas los primeros días de octubre.

Esas unidades lograron vencer la tenaz resistencia de las columnas de mineros y el día 17 de octubre llegaron al Naranjo desde donde descendieron a Oviedo para darse la mano con sus defensores después de haberse labrado un estrecho y largo pasillo desde Grado a la capital del principado.

La situación de la ciudad siguió siendo muy precaria pues continuó semicercada y con una línea de comunicaciones, débil y batida, de más de 30 kilómetros de longitud y en constante peligro de estrangulamiento. Las guarniciones de El Alcázar y Oviedo se habían salvado y sus heroicos jefes, Moscardó y Aranda, fueron ascendidos a generales. Al primero se le nombró jefe de la nueva división orgánica de Soria y al segundo, comandante militar de los frentes de Asturias y León.

Librado Oviedo, gran parte de las tropas marroquíes que habían participado en ra operación fueron trasladadas al frente de Madrid, pero se habían perdido 15 días cruciales y el Gobierno de Madrid los había aprovechado para poner en pie a las primeras brigadas del nuevo Ejército Popular —seis nacionales y dos internacionales- que en los primeros días de noviembre se situaron en torno a Madrid, a disposición del jefe del Ejército de Operaciones del Centro de España, pero que no podría utilizarlas sin autorización expresa del ministro de la Guerra y presidente del Gobierno.

Franco, fiado de la potencia y de la eficacia de las tropas africanas, abrigaba la certeza de que, ellas solas, serían capaces de decidir la guerra en pocas jornadas y a esa idea adecuó su conducta. Las columnas del Ejército Expedicionario constituirían su fuerza de maniobra y todas las restantes no tendrían otro cometido que el de cubrir los frentes pasivos y proteger flancos y retaguardias.

La única necesidad adicional sería la de asegurar a las tropas de choque apoyo aéreo y medios blindados de ruptura y supuso que para ello bastaría con los aviones que había importado hasta entonces de Italia y Alemania, con las dos compañías Panzer I alemanes y las 15 tanquetas italianas que ya se encontraban en España, aunque sólo hubieran actuado aún cinco de estas últimas.

Estas esperanzas se vinieron abajo en los primeros días de noviembre cuando Varela llegó a las puertas de Madrid. Aunque sus columnas eran ya ocho y tenía una novena en organización, los generales Pozas y Miaja, jefes respectivamente del Ejército de Operaciones del Centro de España y de las Fuerzas de Defensa de Madrid, le aventajaban en número y medios. Por añadidura contaban con el refuerzo del Cuerpo Aéreo soviético de Douglas y con la agrupación de tanques de Krivoshein.

A pesar de ello Franco se empeñó en mantener la ofensiva y cosechó una serie sucesiva de fracasos al intentar conquistar la capital con ataques reiterados. Primero frontalmente y después pretendiendo envolverla por sus flancos, inicialmente por la carretera de La Coruña, más tarde por el Jarama y por último por Guadalajara, con el CTV (cuerpo de ejército italiano que llegó a España a partir de las últimas decenas de diciembre y que quedó completo a finales de febrero de 1937).

Todos esos esfuerzos obligaron a ampliar la movilización y entre setiembre de 1936 y febrero del 37 se llamaron a filas a los mozos de 1932, 1936 y 1931, comenzando en enero del 37 la incorporación de los de 1937. Ello suponía la presencia en el Ejército de muy cerca del medio millón de hombres, frente a los cuales resultaba escaso el volumen de las fuerzas africanas que, por añadidura, habían sufrido fuertes pérdidas.

Ciertamente que en agosto se abrió la recluta en el Tercio y en las Fuerzas Regulares Indígenas, pero resultaba ya imperativo reorganizar las Fuerzas Armadas para hacer frente a la nueva situación que era la de guerra larga.

Los sucesivos fracasos en Madrid supusieron una enorme decepción para Franco, que había creído que la guerra estaba ya muy próxima a su final y se negó durante mucho tiempo a aceptar la realidad.

El material alemán era netamente inferior al soviético y la llegada a España de la Legión Cóndor a mediados de noviembre -su primer servicio de guerra lo efectuaron el 26 de noviembre- no hizo sino confirmarlo. Sus cien aviones de combate, sus siete baterías antiaéreas y los Panzer I -éstos no estaban integrados en la Legión Cóndor y constituyeron dos compañías, a las que en diciembre se agregó una tercera, con tripulaciones españolas e instructores alemanes y su primera actuación se produjo el 13 de noviembre en el río Manzanares-, nada pudieron hacer frente a los aviones y los carros soviéticos que conquistaron y retuvieron la superioridad hasta bien entrada la primavera.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que sus tropas de choque no eran ya resolutivas y que había que dar mayor mordiente a las despreciadas unidades territoriales y de milicias si quería salir del punto muerto a que le había llevado su empecinamiento en conquistar Madrid sin antes lograr la superioridad en aire y tierra.
Su decisión fue precedida por algunas medidas que iban poniendo de manifiesto que las antiguas certidumbres empezaban a ponerse en duda.

Las escuelas de oficiales provisionales aumentan en número y pasan de 5000 los alféreces que nutren las unidades de combate procedentes de las escuelas creadas por la Junta de Defensa. Se constituye el Alto Tribunal de J usticia Militar, del que se nombra presidente al teniente general en reserva Francisco Gómez Jordana; se restablecen los Tribunales de Honor y se crean los Consejos Superiores del Ejército y de la Marina, con la misión primordial de eliminar a los desafectos, los indecisos y los ineptos.

La del Ejército la formaron los generales Queipo, Mola, Gil Yuste, Orgaz y Dávila y posteriormente se dio entrada a Cabanellas, Saliquet, Martín Moreno y Kindelán y la de Marina los almirantes Castro, Ruíz Atauri, Cervera —que había sido nombrado jefe del Estado Mayor de la Armada- y los habilitados Moreno y Vierna.

A petición de las Juntas se restableció el ascenso por méritos de guerra, recompensa suprimida por Azaña y que en zona republicana se recuperó apenas iniciadas las hostilidades. Era una medida que encontraba una fuerte resistencia entre los militares y Mola estableció en la fase conspiratoria que nadie sería premiado por su participación en el movimiento, pero una cosa era lo que se decidió con vistas a un golpe de Estado y otra lo que exigía una contienda generalizada en la que no había más remedio que seleccionar a los mejores y los más capaces.

A pesar de ello no se concedió ningún ascenso, que no fuera ordinario, hasta entrado el año 1937, aunque el 26 de diciembre se otorgó el empleo de general de división a Orgaz, Mola, López Pinto, Ponte, Valdés y Dávila. En los mandos superiores hubo pocos cambios: en la 5ª división, Ponte sustituyó a Gil Yuste cuando éste fue nombrado vocal de la Junta; en la 6; De Benito relevó a Mola hasta que en diciembre se nombró a Alvarez Arenas; en la 8ª Kirpatrick remplazó a Lombarte y, ya el 11 de febrero de 1937, ascendieron a general: Martín Moreno —jefe del Estado Mayor de Franco—, Serrador, Solans, Cebrián, Solchaga, Monasterio, Tenorio y Cánovas.

En los frentes, a pesar de la expansión, se seguía con la organización de pequeñas columnas de composición variable adaptadas a la longitud del frente que cubrían o a la misión que se les encomendaba, pero comenzó a producirse una clara separación de funciones. De un lado la antigua organización a la que se mantenía con funciones puramente logísticas y administrativas, que se encargaban a viejos generales y jefes en reserva o retirados que iban cubriendo los puestos de jefes de las divisiones orgánicas y de los gobiernos militares provinciales, y de otro las columnas de operaciones cada vez más directamente dependientes de los generales de los ejércitos.

Dentro de este esquema todas las fuerzas que asediaban la capital se reunieron en la que se llamó división reforzada de Madrid, de la que se dio el mando al general Orgaz y ya dentro de 1937 se fueron transformando las divisiones orgánicas en cuerpos de ejército, igualmente orgánicos, a la vez que las columnas que operaban dentro de sus demarcaciones se reunían en divisiones de carácter territorial.

Comenzó la transformación en el frente de Madrid, donde con anticipación clara ya el 5 de diciembre la 7.u división pasó a llamarse VII Cuerpo de Ejército y quedó éste constituido por las divisiones de Soria (general Moscardó); de Avila (general Serrador) y reforzada de Madrid (general Orgaz). Esta última constituida por tres brigadas (Varela, Monasterio y Fuentes) y la Comandancia Militar de Cáceres.

Poco después, el 12 de diciembre, desaparecieron las brigadas y el frente de Madrid se dividió en sectores que quedaron al mando de Rada, García Escámez, Asensio, Fuentes y Cebollino, reteniendo Orgaz una masa de maniobra constituida por las columnas de Monasterio, Buruaga y Barrón, al mando de Yagüe.

La segunda división que siguió ese camino fue la 6.”, que dio nacimiento al VI Cuerpo de Ejército al mando del general López Pinto, y sus tropas se estructuraron en las divisiones 61 —constituida por las cuatro brigadas de Navarra en que se transformaron las columnas que conquistaron Guipúzcoa—, al mando del general Solchaga y que cubría el frente desde Orduña a Ondárroa en la costa, y la 62, cuya jefatura se concedió al general Ferrer, y que defendía el frente de las provincias de Burgos y Palencia con las tropas que darían origen a la I y II Brigadas de Castilla.

Pero a medida que permitiría toda esa transformación fue la que el día 25 de marzo dio nacimiento a la Jefatura de Movilización,
Recuperación e Instrucción (MIR), a cuyo cargo quedó el encuadramiento, instrucción y adiestramiento de los reclutas y reservistas que fueron incorporándose al servicio y que, posteriormente, serían destinados a las unidades en formación.

Tomó el mando del nuevo organismo el general Orgaz que cesó en el de la división reforzada de Madrid, donde le sustituyó el general Valdés Cabanilles, y en la Alta Comisaría de España en Marruecos, que fue ocupada por el coronel Beigbeder mientras los generales Alvarez Arenas y Cánovas tomaban el mando de las circunscripciones oriental y occidental del protectorado.

Fue una medida que tuvo en lo orgánico tanta transcendencia como la que simultáneamente se tomó en lo estratégico: abandonar Madrid y dirigirse al Norte. Ambas resultarían decisivas para el curso posterior de la guerra.

La guerra se decide en el Norte

La resolución de operar por el Norte con el objetivo de aniquilar al Ejército gubernamental que al mando del general Llano de la Encomienda defendía las provincias de Vizcaya, Santander y Asturias, con sendos cuerpos de ejército, era de sentido común.

En todos los frentes se había llegado a una estabilización completa y el equilibrio resultante era muy difícil de romper, pues incluso en el Sur, donde una afortunada operación realizada durante los meses de enero y febrero había permitido la conquista de Málaga y su provincia por las tropas de Queipo de Llano, reforzadas con las de la Misión Militar Italiana que constituyeron semanas después el CTV, bastó la presencia de una brigada española y otra internacional para que quedara cerrada la ruta de Almería barreada por un sólido frente apoyado de un lado en Sierra Nevada y de otro en el mar.

Para salir del punto muerto no se ofrecía a los nacionales otra posibilidad que la de acumular, sobre la fracción más pequeña de las dos en que estaba dividido el ejército y el territorio republicano, medios superiores a los suyos y derrotarla, aunque para ello sería necesario aceptar el quedar en manifiesta inferioridad en todos los frentes restantes. Era una decisión arriesgada y fue acompañada por una orden de Franco en la que se prohibía a los jefes de los ejércitos emprender ninguna acción ofensiva que distrajera fuerzas a la ofensiva única y principal que se desarrollaría en el Norte.

Para allí iría la práctica totalidad de la Aviación y los más importantes medios artilleros y de ruptura y en los restantes frentes las tropas recibieron la consigna de resistir en caso de ataque en sus débiles posiciones, hasta hacer desistir de su esfuerzo al enemigo o hasta permitir el movimiento de las reservas en el caso de que se produjera alguna ruptura peligrosa.

Ante esta nueva situación, las tropas que cubrían los frentes que pasaban a ser pasivos se reorganizaron para poder cumplir su misión de actuar durante un tiempo prolongado como «yunques».
El 3 de abril la división reforzada de Madrid se transformó en cuerpo de ejercito y las tropas que cubrían sus antiguos sectores dieron origen a las divisiones 1, 2, 3 y 4, que mandaron Iruretagoyena, Asensi, Barrón y Yagüe en tanto sendas brigadas cubrían la Ciudad Universitaria y la provincia de Cáceres.

Días más tarde, el 17, se ampliaba de nuevo la zona del VII Cuerpo de Ejército y de él pasaban a depender todas las del anterior, que momentáneamente desapareció, y la división de Ávila. La numeración de las divisiones se modificó y éstas pasaron a ser las 71, 72, 73, 74 y 75. La división de Soria, que hasta entonces dependía del VII Cuerpo de Ejército, pasó a integrarse en las fuerzas de Aragón que, a su vez, se reunieron en el V Cuerpo de Ejército, en el que tuvieron cabida las divisiones 51 —norte del Ebro—; 52 —sur del Ebro hasta Medinaceli—; y la antigua de Soria, que pasó a ser la 53.

En el Sur, el general Queipo de Llano reunió sus fuerzas en cuatro divisiones en línea y una de reserva que llevaron los números 21, 22, 23, 24 y 102, esta última con la numeración que se aprobó para las divisiones de reserva que todos los cuerpos de ejército recibieron orden de constituir.3

En el Norte las tropas que inicialmente no estuvieron implicadas en la maniobra, es decir la de la 8.“ división, sufrieron un proceso análogo: el 4 de febrero se unificaron bajo el mando del general Aranda con las de la Comandancia Militar de Asturias y en el mes de mayo se estructuraron en el VIII Cuerpo de Ejército que dispuso de las divisiones 81, que al mando del general Mújica cubría el frente de León; 82, que conducida por el coronel Ceano cubría el de Asturias; y la 83, o móvil, que, dirigida por el general Martín Alonso, era la unidad de maniobra a disposición del general Aranda. La guarnición de Oviedo y su pasillo constituyó una brigada de posición al mando del coronel García Navarro.

En ese momento las fuerzas voluntarias de milicias eran una importante fracción del conjunto con un volumen que permitía la constitución de 135 batallones, unidad tipo en la que se estaban estructurando desde octubre de 1936 y Franco las integró fuertemente en el Ejército ordenando en diciembre su militarización, aunque permitiéndolas conservar los signos externos de su identidad. La medida vino precipitada por unos acontecimientos de carácter político que culminarían en Salamanca en abril de 1936.

La Junta Central Carlista de guerra pretendió constituir con sus tercios de requetés grandes unidades, autorización que le fue denegada, y crear la Real Academia de oficiales del Requeté, intento que llevó al exilio a Fal Conde, delegado regio en España, y los falangistas, por su lado, constituyeron academias de oficiales que, de momento, fueron toleradas.

Para impedir la consolidación de estos ejércitos políticos, Franco creó la Jefatura Nacional de las Milicias, reservándose el puesto y nombrando segundo jefe al general Monasterio, y cerró el reclutamiento de requetés y falangistas, que en ese momento pasaban de los 100.000, de los que una fracción muy considerable se concentraba precisamente en los frentes que iban a pasar a ser principales. Allí, en los límites de Vizcaya, desplegaban 143 compañías de requetés, 99yde falangistas y 15 de otras tendencias.

Cuando el 21 de marzo el general Franco decidió llevar el esfuerzo de guerra a Vizcaya echó una dura tarea sobre las brigadas de Navarra que apenas recibieron refuerzos y cuyo núcleo principal lo constituían los requetés navarros y vascos. Fueron muy pocas las tropas terrestres que los reforzaron y prácticamente se redujeron a seis batallones, de ellos tres africanos, pero, en contrapartida, recibieron un fuerte apoyo aéreo y artillero.

Subió al Norte la casi totalidad de la aviación, que quedó al mando del general alemán Sperrle, jefe de la Legión Cóndor, del que dependerían sus fuerzas; las de la Región aérea del Norte, mandadas por el teniente coronel Rubio; y las de la aviación legionaria, que estuvieron sucesivamente bajo la jefatura de los coroneles Verlardi y Bernasconi. En conjunto, más de 200 aviones que daban a Mola una abrumadora supremacía aérea local.

En aquel momento la Aviación republicana era superior a la nacional tanto cuantitativa como cualitativamente, pero su grueso se mantuvo en los frentes centrales y la fracción destacada en las provincias cantábricas no podía enfrentarse con posibilidades de éxito con los aviones que en el sector había acumulado Franco. Era una debilidad estratégica derivada de la división del territorio gubernamental en dos zonas lo suficientemente alejadas entre sí como para hacer imposible la reunión de sus medios aéreos, lo que les obligaba a dispersarlos.

Algo semejante sucedía en artillería y así el coronel Martínez Campos, comandante principal de artillería de las brigadas de Navarra, pudo concentrar una masa superior a la de sus contrarios, pero aun así las fuerzas acumuladas eran insuficientes para mantener un esfuerzo ofensivo continuado y tuvieron que reforzarse sobre la marcha. Acudió primero la brigada italo-española de Flechas Negras, con mandos mayoritariamente italianos y tropa en más de sus tres cuartas partes española, y se crearon luego dos nuevas brigadas de Navarra —V y VI—.

Finalmente se recurrió a la agrupación XXIII de Marzo del CTV.
Con todos esos medios se fue quebrantando la resistencia del cuerpo de ejército vasco —también muy reforzado- y al comenzar junio Bilbao estaba ya directamente amenazada.

Entonces un acontecimiento fortuito introduciría importantes variantes en el esquema orgánico nacional. El día 3 de junio moría en accidente de aviación el general Mola y este hecho reforzaba aún más la posición personal de Franco ya muy robustecida desde el 19 de abril cuando unificó por decreto a todas las fuerzas políticas que habían prestado su apoyo a la rebelión y a sus milicias.

Estas se unificaron en la que se llamó Milicia Nacional de FET y de las JONS, de la que se nombró jefe al general Monasterio y subjefes a los coroneles Rada y Gazapo, que contarían con el asesoramiento político de Jesús Elizalde y Agustín Aznar, jefe éste de la primera línea de Falange y aquél, dirigente destacado del Requeté.

El mando que hasta entonces había ostentado Mola se dividió escindiéndose de él los frentes del Centro y Aragón que se reunieron en un nuevo Ejército: el del Centro, cuyo mando se otorgó al general Saliquet. El del Norte, con jurisdicción sobre los frentes del Cantábrico, quedó a las órdenes del genera] Dávila, que cesó en la presidencia de la Junta Técnica del Estado, cargo en el que le sustituyó el teniente general Gómez Jordana, relevado a su vez en el Alto Tribunal de Justicia Militar por el general en reserva Rodríguez Arias.

Renació el cuerpo de ejército de Madrid como I Cuerpo de Ejército y las divisiones 71, 72, 73 y 74 pasaron a ser las ll, 12, 13 y 14; la 75 recobró su antiguo número 71 y con la 53, que recibió el 72, formaron el VII Cuerpo de Ejército. Aquél lo mandó Yagüe y éste Varela. El V Cuerpo de Ejército, que quedó reducido a las divisiones 51 y 52, seguía al mando del general Ponte y le completaban las brigadas mixtas de posición y móvil.

Días antes, dentro del mes de mayo, Queipo de Llano desglosó su cuerpo de ejército en dos, el II o de Córdoba, del que se hizo cargo el general Solans, y el III o de Granada, que dio al general González Espinosa. Aquel quedó con las divisiones 21 y 22 y esta última se desglosó en junio para dar nacimiento a la que inicialmente llevó el número 25 y luego el 23. El III Cuerpo se constituyó con las divisiones 23 y 24 de las que ésta se escindió para dar nacimiento a la 26. Siguiendo la lógica del sistema estas tres pasaron a recibir los números 31, 32 y 33.

La organización de las divisiones de reserva seguía su curso y en julio estaban ya dispuestas la 10.2 y 112 en el Ejército del Sur; la 105 en Aragón; la 107 en Castilla; la 108 en Galicia, y en Marruecos se iniciaba la organización de la 150 y 152 —quedaron nonatas la 106 y 151 y la 107 desapareció, sustituida por la 117, que se integró en el VII Cuerpo de Ejército recibiendo el número 73.

La reorganización alcanzó también a las fuerzas italianas que después de su revés en Guadalajara prescindieron de sus hombres menos capaces y sus cuatro divisiones —Dio Lo Vuole, Fiamme Nere, Penne Nere y Littorio— quedaron reducidas a tres —Littorio, Fiamme Nere y XXIII de Marzo—. En el mando, Bástico relevó a Roata, que permaneció en España al frente de las brigadas de Flechas.

Conquistado Bilbao el 19 de junio de 1937, el Ejército Popular, que había desencadenado violentos ataques por todos los frentes para tratar de detener la ofensiva contra Vizcaya, organizó un ejército de maniobra que al mando del general Miaja se lanzó al ataque por los frentes centrales con la intención de copar al I Cuerpo de Ejército nacional y levantar el asedio de Madrid.

En esta ocasión se creó una situación delicada que obligó a Franco a paralizar la campaña norteña y encaminar hacia Madrid a importantes fuerzas navarras —las Brigadas IV y V- y la práctica totalidad de la Aviación. Restablecida la situación y después de una dura lucha de desgaste que no cesó hasta recuperar la aldea de Brunete, que dio nombre a la batalla, estas fuerzas regresaron a sus puntos de partida y se reemprendió la ofensiva en el Norte que terminó con la derrota y aniquilamiento del XV Cuerpo de Ejército Republicano y de importantes fracciones del XIV y XVI.

Una nueva ofensiva gubernamental, esta vez en dirección a Zaragoza, no pudo impedirlo y apenas distrajo otras reservas nacionales que las representadas por las brigadas de Flechas. La
Aviación permaneció donde estaba y el esfuerzo de las tropas de Dávila continuó hasta la total ocupación de las provincias norteñas y la destrucción del Ejército del Norte republicano que fue hecho prisionero en su práctica totalidad; sólo unos pocos millares lograron evacuar Asturias por mar y unirse al resto del Ejército Popular en Cataluña.

La catástrofe había sido enorme para el Gobierno. Perdió un ejército con cuatro cuerpos de ejército, 16 divisiones y 56 brigadas mixtas; los prisioneros pasaron de 150000; la Marina vio desaparecer a dos destructores, cuatro submarinos, dos torpederos y varios barcos menores de los que sólo lograron recuperar dos submarinos, y la Aviación del orden de los 250 aviones de los que más de un centenar eran modernos.

A partir de la desaparición del Ejército del Norte republicano que mandaron sucesivamente los generales Llano de la Encomienda y Gamir y el coronel Prada, Franco era el más fuerte en tierra, mar y aire. Para explotar debidamente los recursos que la batalla había dejado libres y a los que se sumaban aquellos de que se había apoderado, procedió a una restructuración de todas sus  fuerzas y se dispuso a dar al Ejército Popular el golpe definitivo.


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