Si del lado republicano, según acabamos de ver, el proceso
político durante la guerra conllevó el siempre inalcanzado propósito de la
reconstrucción plena del Estado en el marco de una república democrática, del
lado nacional, el proceso fue mucho menos complejo. Y tuvo un mayor éxito,
transformando progresivamente lo que era una insurrección en un Estado
totalitario en el autodenominado Nuevo Estado claramente prioritario: ganar la
guerra. No se planteaba ninguna cuestión simultánea de hacer o no la
revolución, puesto que era esta posibilidad contra la que precisamente
luchaban, en línea con las actitudes de orden y jerarquía, tradicionales en la
fuerzas armadas; y con los puntos de vista de los grupos sociales que las
apoyaban: terratenientes, banqueros, grandes empresarios, industriales y
comerciantes, que no aceptando las transformaciones del Frente Popular, estaban
dispuestos a pararlas en seco, sin que para lograrlo regatearan su apoyo al
alzamiento militar del 18 de julio.
Al estallar la guerra, los diversos generales sublevados
actuaron inicialmente sin "una estricta coordinación formal. La muerte de
Sanjurjo impidió que desde un principio hubiese un jefe único e indiscutido.
En
realidad, tres eran las cabezas del vasto movimiento insurreccional: Mola, en
el Norte; Queipo de Llano, en Andalucía; y Franco, en Marruecos. Y al
establecerse el contacto entre las zonas Norte y Sur de la España nacional, en
setiembre de 1936 - tras la caída de
Mérida- y, sobre todo, al presumirse que la conquista de Madrid sería
plenamente factible durante el siguiente mes de octubre, se hizo evidente la
designación de un comandante en jefe de todas las fuerzas.
Con este propósito, los generales del Norte y del Sur se
reunieron por primera vez el 21 de setiembre en el aeródromo de San Fernando,
próximo a Salamanca, y el día 29, mientras Franco estaba en Toledo celebrando
el rescate del Alcázar, en la reunión salmantina la Junta Nacional (creada
el 24 de julio por Mola, y que presidía el general Cabanellas) propuso la
designación de un Generalísimo y jefe del gobierno del Estado español mientras
durase la guerra. Al parecer, no sin recelos de Mola y Cabanellas, se aprobó el
texto del decreto en cuestión; y en el momento de entrar en prensa - y según parece por una especial gestión de
Nicolás Franco- el nombramiento quedó transformado en Jefe del Estado Español,
sin limitaciones de ninguna clase. Pocas horas después, el 1 de octubre de
1936, en el salón del trono de la
Capitanía general de Burgos, Francisco Franco Bahamonde, a
los cuarenta y cuatro años de edad, tomaba posesión del nuevo cargo.
El segundo acto de la formación del Estado consistió en
organizar un partido único - o
Movimiento Nacional como después se le llamaría - que amalgamase todas las fuerzas políticas
que habían apoyado a los militares sublevados. En Salamanca, que seguía siendo
la capital de la zona nacional, Franco y su principal asesor político - recién llegado de la zona republicana en
una operación de canje, Serrano Suñer - , veían con preocupación las tensiones
entre monárquicos, carlistas, falangistas y los restos que quedaban de la CEDA. Por su parte, el
grupo políticamente más activo, la
Falange , se mostraba inquieto por la falta de realización de
las medidas de reforma social que preconizaba su ala izquierda y especialmente
Manuel Hedilla Larrey, el discutido jefe interino de la organización, cuyo
papel dirigente estaba en entredicho para muchos falangistas.
Para acabar con las rencillas internas que había en Falange
Española, Hedilla, al parecer animado por el embajador alemán Faupel - que veía en él un posible jefe de gobierno
incondicional de los nazis- logró formar una junta política que le designó jefe
nacional. Pocas horas después y aprovechando un encuentro sangriento entre los
dos grupos antagónicos de FE, Franco dio a luz el decreto de unificación.
Así, el 19 de abril de 1937, la autoridad militar y civil se
hacía igualmente con el mando absoluto de las antiguas formaciones políticas
nacionalistas, que quedaron integradas en FET y de las JONS. Hedilla, que se
mostró contrario a esta solución unificadora, fue juzgado y condenado a muerte,
si bien la condena se conmutó por prisión y después por destierro. La
resistencia ulterior a la medida fue prácticamente nula, y en último término
Franco quedó como triple jefe de las fuerzas armadas, del Estado y del partido
único.
Pocos meses después, se produjo el tercer acto de la
erección del Nuevo Estado. Franco decidió la formación de un gobierno
militar-civil. Los ministros juraron sus cargos el 3 de febrero de 1938 en el
Monasterio de las Huelgas, de Burgos, la cabeza de Castilla, a donde se
trasladó la capitalidad. A partir de ese momento, lo que hasta entonces había
sido un esquema institucional muy modesto
- la Junta
Técnica del Estado, que venía funcionando desde 1936- fue
tomando cuerpo, estructurándose en un verdadero gobierno con ministros que
tenían sus funciones claramente delimitadas.
La producción legislativa del flamante Estado no se hizo
esperar. El 9 de marzo se publicaba el Fuero del Trabajo, especie de «Carta
Magna» en la que se pretendió exponer lo esencial de los principios sociales
del régimen, aunque su desarrollo se iría haciendo posteriormente. En el mismo
mes de marzo quedó oficialmente derogada la ley de divorcio, incluso con
carácter retroactivo: lo cual significaba que las segundas nupcias se
consideraban sin efectos civiles para los contrayentes. En abril se creó el
llamado Servicio Nacional de Reforma Económica y Social de la Tierra , como ente encargado
de realizar la contrarreforma agraria, es decir, de devolver de modo
sistemático a sus antiguos propietarios las fincas expropiadas por el Instituto
de Reforma Agraria de la
República. El 22 del mismo mes se publicó la nueva ley de
prensa, con un procedimiento riguroso que sometió a censura previa toda clase
de publicaciones periódicas o no.
Otro decreto, este del 3 de mayo de 1938, permitió
oficialmente la reconstitución en España de la Compañía de Jesús, a la
que retornaban todas las propiedades que le habían sido confiscadas. Esta
disposición consagró la política de estrecha colaboración entre Iglesia y
Estado, que en la práctica había dado comienzo en la zona nacional el mismo 18
de julio de 1936.
Con todo el poder en sus manos, Franco supo adoptar una
postura de absoluto dominio, sin ninguna clase de paliativos. Sus colaboradores
más preclaros, como Serrano Suñer, o Jordana, nunca llegaron a tener más
facultades de las que el Caudillo quiso delegar en ellos temporalmente.
Siguiente: La financiación de la guerra >>
Siguiente: La financiación de la guerra >>