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La Guerra Civil de España contada por los dos bandos

La Guerra Civil fuera del frente

LA GUERRA FUERA DEL FRENTE

Los componentes ideológicos

El endurecimiento del Estado en las dos Españas no era consecuencia del monopolitismo político, que no existía. El alzamiento militar, su oposición y las convulsiones revolucionarias obligaron que tomaran partido amplias capas de la población poco politizada, que se sintieron desprotegidas ante la represión que existía en ambas zonas. Así los falangistas y comunistas, que eran minoritarios antes de la guerra, crecieron espectacularmente, por el aluvión de quienes buscaban su seguridad personal en el carné de un partido, aparentemente fuerte y decidido. El conocimiento actual demuestra que la fortaleza de la Falange no existió, que su mensaje radical carecía de contenido ideológico y que siempre estuvo subordinada a las decisiones de los mandos militares. Por su parte, los comunistas no sólo renunciaron a la revolución social sino que fueron los más duros enemigos del revolucionarismo anarquista; su fuerza no fue suficiente para controlar el gobierno y se beneficiaron de la necesidad de un Estado fuerte, capaz de ganar la guerra, cuando Negrín llegó al poder con un proyecto coincidente, en algunos puntos, con el estatismo stalinista.

El derrumbamiento de Vizcaya amortiguó la contradicción de un gobierno vasco conservador y católico, en el seno de una República, donde la religión estaba perseguida y prohibido el culto. Sin embargo, el bloque pro-republicano no sólo comprendía el capitalismo vasco, sino que iba desde el liberalismo urbano, la socialdemocracia y el estatismo comunista al colectivismo cenetista. Frente a ellos luchaba otra España, donde un militarismo “apolítico” se combinaba con el reaccionarismo agrarista, el gremialismo carlista, el corporativismo católico y el sindicalismo falangista.

Ningún análisis puede ignorar la complejidad de estas realidades.
En la España gubernamental, los cenetistas y parte de la UGT iniciaron, en los primeros momentos de la guerra, la colectivización del campo, y la gestión obrera de las industrias y servicios. Pero el gobierno central y el catalán, con el apoyo muy activo de los comunistas, detuvieron la tendencia y la desviaron hacia las nacionalizaciones, posibilitadas por el pacto entre ugetistas y cenetistas.

En la otra España, la reforma agraria realizada antes de la guerra, fue eliminada por decreto y la política social se limitó a disposiciones protectoras de carácter benéfico, destinadas a la población más pobre. Los intentos de organización de masas trabajadoras estuvieron marcados por dos líneas en soterrado conflicto: la antigua tendencia corporativista católica y la sindical falangista, en las que influyeron ideas tomadas del corporativismo fascista y de la doctrina social católica. La articulación del sindicalismo por parte del Estado fue mínima durante la guerra y su realización más importante consistió en el tardío Fuero del Trabajo, que no se publicó hasta marzo de 1938.

La vida diaria

Los hábitos de los españoles se modificaron desde el principio de la contienda y el endurecimiento bélico no solamente transformó la sociedad, sino la vida. El resultado más inmediato del alzamiento fue la represión. Donde los militares se sublevaron proclamaban el estado de guerra, es decir, el sometimiento de todas las autoridades civiles. El bando de guerra establecía que cuantas personas se opusieran al movimiento serían pasadas por las armas. Esta primera represión no las abatió únicamente a ellas, sino también a muchas otras sin responsabilidades políticas, sindicales o, simplemente, consideradas de izquierda.

Posteriormente se estableció el artificio de aplicar el Código de Justicia Militar y calificar como reos de rebelión a quienes habían defendido la República; la medida se extendió con efectos retroactivos hasta a quienes habían favorecido a los partidos del Frente Popular antes de la guerra.

En la otra zona se desencadenó otra represión, agravada por la liberación de los presos políticos, que cometieron toda clase de desmanes. El gobierno careció de fuerza para controlarla y acabó por crear los Tribunales Populares, que intentaban paliar la situación, aunque carecían de garantías procesales. En ambas zonas fueron corrientes los paseos, o secuestros seguidos de asesinato, y las sacas de las prisiones para fusilar a los presos sin formación de causa.

Todos los periódicos de signo no favorable fueron incautados así como domicilios, casinos, Casas del Pueblo, Ateneos, palacios y templos. La guerra fue también una guerra de religión: en la zona republicana se incendiaron las iglesias o se convirtieron en almacenes o cuarteles, muchos clérigos fueron asesinados o debieron disimular su condición; en la de Franco se obligó a bautizar a los niños y a celebrar matrimonio religioso porque el civil estuvo prohibido, hasta la ley del divorcio fue anulada con efectos retroactivos.

La condición de la mujer estuvo en el centro de la controversia.
Los republicanos exaltaron la participación de milicianas en la lucha, y mitificaron a la mujer compañera del hombre en el combate, que ciertamente había existido en el primer momento revolucionario, pero desapareció durante la guerra. Sin embargo la mujer republicana alcanzó importantes cotas de libertad que iban desde cuestiones formales, como la conducción de automóviles o la utilización de pantalones, hasta el derecho al divorcio, la legitimación de todos los hijos y el proyecto de aborto, obra de la ministra de la FAI Federica Montseny. La importancia de la Iglesia y el conservadurismo en la zona de Franco exaltó el papel tradicional de las mujeres y desencadenó importantes campañas en favor de la moral pública y el decoro en el vestir.

Pero la guerra impuso, bajo las apariencias oficiales, otra realidad. Aunque con patrones tradicionales, tanto la Sección Femenina de los falangistas, como el servicio en los hospitales de guerra posibilitaron ciertas libertades; independientemente de la variación en las costumbres, impuesta por los hombres que regresaban .del frente y la pobreza de muchas mujeres solas, sin otra salida que la prostitución, que experimentó un incremento espectacular.

La apariencia externa de las ciudades también se transformó; en las franquistas todos los hombres jóvenes iban uniformados y el espectáculo de los heridos, convalecientes y mutilados era continuo. Las festividades religiosas y los desfiles revestían una solemnidad rotunda y las misas de campaña en la plaza pública constituyeron un espectáculo corriente. Los republicanos dieron a su retaguardia el aspecto de una fiesta revolucionaria, en Barcelona y otros puntos de predominio anarquista, desaparecieron los sombreros, corbatas e indumentarias consideradas burguesas. El espectáculo de los uniformes aumentó a lo largo de la guerra, con retroceso de los monos y atuendos milicianos, paralelamente a la extensión de los heridos, mutilados y, sobre todo, de los refugiados.

Efectivamente, a medida que los franquistas conquistaban más territorio, se producían riadas de refugiados en marcha hacia la retaguardia. Las ciudades aumentaron así su población pero, a su vez, parte de ella marchó al campo para defenderse de la crisis de subsistencias, cada vez más graves en el territorio de la República, porque en las zonas cerealistas y pesqueras importantes triunfó la sublevación. La falta de alimentos alcanzó caracteres dramáticos a partir del primer año de guerra y sus poblaciones urbanas fueron martirizadas por la falta de alimentos, las largas colas y, en muchos casos, por los bombardeos de la aviación italiana y alemana.

Por otra parte, la imposibilidad de reconstruir los poderes del Estado, destruidos por la sublevación y el fraccionamiento del territorio, obligó a que muchas zonas debieran organizarse con sus propios recursos, de modo que numerosos ayuntamientos republicanos emitieron moneda local para evitar que se colapsara el comercio.

El peso de la ayuda exterior

No es explicable la conquista franquista del Norte, sin considerar la evolución de las relaciones exteriores en 1937. La derrota italiana de Guadalajara reforzó a Franco frente a Berlín y Roma, que no podían permitir su derrota, de modo que, aunque en los primeros meses de 1937 habían enviado masivos suministros militares a España, incrementaron la ayuda. Los envíos italianos de fusiles y cartuchos se multiplicaron y mantuvieron un ritmo considerable hasta el final de la guerra. Hitler no deseaba comprometerse con grandes entregas de armamento, pues estaba empeñado en el rearme del propio Ejército alemán, sin embargo se vio en la necesidad de incrementar sus expediciones a Franco y mantener la Legión Cóndor al máximo de sus efectivos.

Dichas ayudas, aunque impulsadas por razones políticas, aprovecharon que la guerra civil se había revelado como un importante mercado de armamentos. La URSS pudo resarcirse con el oro del Banco de España depositado en su territorio, pero los italianos y alemanes debieron establecer tratados comerciales con Franco. Italia concedió créditos, compensables con exportaciones que fueron insuficientes, de modo que, en 1939, la deuda española era considerable. Con Alemania funcionó también un sistema de créditos, administrado por HISMA, compañía que monopolizaba el comercio entre ambos países y acumuló un gran saldo favorable, gracias al que logró un importante papel en la economía española, sobre todo en sectores mineros, incluso contra la voluntad de los políticos franquistas, que finalmente debieron ceder a las pretensiones nazis, acuciados por la necesidad de material de guerra.

Los envíos soviéticos, que inicialmente llegaron a través del Mediterráneo, abandonaron la ruta para eludir la vigilancia italiana y alemana y navegaron desde Murmansk hasta los puertos franceses. Ello les obligaba a penetrar en España por la frontera francesa, bien porque el paso estuviera permitido por el gobierno de París o bien burlando la vigilancia aduanera cuando no lo estaba. Naturalmente, las operaciones militares se resintieron de ello, porque el material llegaba irregularmente. La ayuda soviética era la única recibida por el gobierno de la República, pero fomentaba la desconfianza británica, que se abstenía de ayudar porque España parecía la plataforma de la revolución.

El considerable peso de la diplomacia británica en Europa contribuyó al aislamiento exterior de la España republicana, y la dependencia exclusiva de los materiales rusos limitó las relaciones del gobierno español, mientras Stalin incrementaba o retrasaba los envíos de acuerdo con los intereses de su política europea, dado que la guerra de España era un motivo de inquietud entre Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia.

GUERRA HACIA EL MEDITERRÁNEO

El gobierno Negrín en Barcelona

Hasta mayo de 1937, Cataluña había vivido con gran originalidad política porque la Generalidad inició la guerra con debilidad respecto a la CNT y sobrevivió gracias al pacto de los republicanos y el PSUC; partido fundado en julio de 1936 y fortalecido después por la captación de capas medias de la población, la influencia del PC y la ayuda soviética. En 1937 la represión de los sucesos de mayo, destrozó al POUM, partido leninista, enemigo acérrimo del PSUC y de la URSS, y acabó con el poder político de la CNT. Companys negoció con ella durante casi dos meses, hasta que, harto de sus demandas, la excluyó definitivamente del gobierno autónomo.

La rebelión de mayo acrecentó la desconfianza hacia la Generalidad que sentía el gobierno central. Durante mucho tiempo se había empeñado en centralizar la dirección de la guerra: privó a la Junta de Madrid de sus poderes autónomos; intentó, sin éxito, integrar el mando militar del Norte; disolvió el Consejo de Aragón. Al trasladar el gobierno a Barcelona tenía la intención de reunir en su mano todos los recursos del Estado. De modo que, en octubre de 1937, abandonó Valencia y se asentó en Barcelona, impulsado por el deseo de controlar Cataluña y orientarla hacia el esfuerzo de guerra. El poder central opinaba que la industria catalana trabajaba con poca productividad y deseaba intervenirla para incrementar y racionalizar la producción de guerra.

La instalación de Negrín en Barcelona la hizo capital del Estado, más que del gobierno autónomo catalán; y el hecho de que también residieran en la ciudad los restos del gobierno vasco, contribuyó a legitimizar moralmente la predominancia del gobierno central.

También la política de guerra de Negrín incidió en Cataluña, y la implicó progresivamente en las operaciones. El estático frente de Aragón ya se había activado durante el verano con la ofensiva contra Huesca y la batalla de Belchite. Y una circunstancia imprevista lo puso en primer plano, unos meses después. El gran proyecto militar republicano era una ofensiva en Extremadura para cortar en dos el territorio enemigo, el plan tenía defensores y detractores entre los que sobresalía Miaja, contrario a debilitar la defensa de Madrid para contribuir a una operación que juzgaba imposible. Pero los servicios de información descubrieron que Franco había concentrado su aviación y numerosas tropas, con intención de repetir la ofensiva de Guadalajara y cercar Madrid.

Para evitarlo, el general Rojo puso en marcha la batalla de Teruel, una de sus típicas acciones de distracción, menos ambiciosa que el plan de Extremadura pero más factible, porque Teruel estaba en un saliente del frente que podía seccionarse con facilidad.

Teruel


La urgencia era tanta que la ofensiva se organizó en seis días y el 15 de diciembre de 1937, el general Hernández Saravia, jefe de la operación, puso en marcha las dos fuerzas encargadas del ataque. Como tantas veces, fue un éxito inicial y las dos columnas rodearon Teruel en su tenaza, aunque la guarnición franquista, al mando del coronel Rey D’Harcóurt, no se rindió y se hizo fuerte en algunos edificios. El restonde'la ciudad fue tomada por los republicanos, en cuya retaguardia se desató una oleada de entusiasmo infundado; porque Franco disponía de 100.000 hombres más que la República, recibía regularmente los suministros exteriores, contaba con un ejército organizado y disciplinado, y un Estado capaz de volcar todos sus recursos en la guerra.

Condiciones que estaban lejos de lograrse en el territorio de la República. Durante la primavera habían llegado gran número de aviones italianos y los republicanos no habían recuperado sus pérdidas aéreas de Brunete, su artillería era la mitad de la contraria y las dificultades materiales y morales de su retaguardia se agravaban día a día.

Al entusiasmo republicano, Franco respondió políticamente. En lugar de continuar su operación contra Madrid, la detuvo y trasladó sus medios a Teruel, donde contraatacó el 27 de diciembre. A pesar de que los republicanos resistieron, habrían resultado aplastados si no hubiera nevado intensamente la última noche del año. El frente quedó detenido mientras los hombres sufrían el rigor del clima. Hernández Saravia aprovechó la pausa para hacer prisioneros a los últimos defensores de Teruel, que todavía resistían en el Seminario. 

En aquella guerra de mitos y propaganda era la primera vez que se rendía un coronel franquista, y Rey D’Harcourt fue considerado traidor en su propio bando. A mediados de enero, e] frío descendió ligeramente. Desde el 17, los republicanos fueron machacados duramente tres días por la artillería y cedieron terreno hasta quedar en una difícil situación, aprisionados entre el enemigo y el río Alfambra.


Tan intensa había sido la campaña propagandística de Teruel, que el gobierno no pudo aceptar la situación y hacer retroceder sus tropas a posiciones más ventajosas. Decidió resistir en aquel frente desfavorable y Franco, como otras veces, hizo machacar al enemigo encajonado. El 5 de febrero, 14 divisiones al mando de Dávila atacaron a 8 quebrantadas divisiones republicanas, que fueron arrolladas y se desbandaron. Fue la primera gran derrota de la política ofensiva de Negrín.

En el aire y en el mar

La actividad naval fue importante en 1937. Se hundieron los dos únicos y viejos acorazados que, uno en cada bando, intervenían en el conflicto. Eran lentos y bien artillados buques de 16.400 toneladas, botados en 1913-14. El España, que combatía con Franco, fue a pique el 30 de abril, cuando chocó en una mina en la costa santanderina, al republicano Jaime I le estalló un pañol en Cartagena sin averiguarse si se debió a un accidente o un sabotaje. Aparte de estos hundimientos poco decisivos, se activó la pugna en la ruta mediterránea por donde llegaban los envíos soviéticos.

Tanto la marina como la aviación vigilaban las aguas. Los bombarderos republicanos atacaron en abril al Canarias y al Baleares, los franquistas bombardearon al Jaime I un par de veces antes de que se hundiera. Las incursiones republicanas contra los puertos de Baleares dañaron, en ocasiones, a buques de guerra italianos y alemanes. El incidente más grave se produjo en Ibiza, donde el acorazado alemán Deutschland fue alcanzado el 29 de mayo y sufrió algunos daños. Como represalia, una flotilla con el acorazado Admiral Scheer y el crucero Leipzig, bombardeó el 31 la ciudad de Almería, que carecía de defensa, y sufrió numerosos muertos y daños. El gobierno republicano pretendió declarar la guerra a Alemania, pero desistió al comprobar que no contaba con el apoyo diplomático de Londres, París y Moscú.

La intervención italiana y alemana en el mar aumentó en 1937; los barcos de Franco también registraban notable actividad. La marina republicana estaba en pleno proceso de reorganización y recuperación de la instrucción y disciplina, desaparecidas a raíz de los sucesos de julio de 1936. Las proezas más destacadas se debieron al crucero Canarias, que navegaba sin enemigo. A principios de año bombardeó Barcelona, luego interceptó al Mar Cantábrico, un mercante que llegaba de México y Estados Unidos con material y había sido controlado por el espionaje. El desesperado esfuerzo del gobierno vasco para romper el bloqueo le había hecho artillar varios pesqueros, con los que se enfrentó el Canarias. Su aplastante superioridad le permitió hundir dos barcos y apresar el tercero, de modo que la improvisada marina vasca quedó desmantelada.

A principios de setiembre, dos mercantes republicanos, escoltados por los cruceros Libertad, Méndez Núñez y ocho destructores, fueron atacados por los aviones de Franco y el Baleares, que fue tocado por impactos enemigos y se retiró, mientras los capitanes de los mercantes embarrancaban por temor a ser capturados.

En agosto se recrudeció la actividad de los submarinos italianos que atacaban a los mercantes rumbo a España. En la primera quincena varios barcos españoles y europeo-occidentales fueron bombardeados o torpedeados. La acción continuaba a principios de setiembre y llegó hasta un combate entre el submarino italiano Iride y el destructor británico Havock. Las protestas inglesas obligaron a suspender la acción de los sumergibles italianos, y los gobiernos inglés y francés convocaron una conferencia sobre seguridad en el Mediterráneo, a celebrar en Lyón el 10 de setiembre.

Tuvo lugar sin asistencia de los italianos y las potencias acordaron destruir los submarinos atacantes, encargándose cada marina de hacerlo en sus aguas jurisdiccionales, mientras la inglesa y francesa atacarían en alta mar. El éxito de la conferencia hizo que no volvieran a registrarse ataques submarinos hasta enero de 1938.

El gobierno de Burgos

Aunque concluyó favorablemente para él, la primera fase de la batalla de Teruel había sido un contratiempo político para Franco, que decidió reafirmarse hacia su propia retaguardia y el extranjero.El 31 de enero de 1938 formó su primer gobierno, clara concentración de las fuerzas del «Nuevo Estado»: además de Serrano Suñer, figuraban cuatro generales, un falangista, un carlista franquista, un falangista reciente, dos monárquicos y un técnico. Bajo la total dirección de Franco, el equipo comenzó a funcionar entre la desconfianza mutua de falangistas y monárquicos, mientras los ministerios estaban distribuidos en varias ciudades y la Jefatura del Estado permanecía en Burgos. Tarea importante de este gobierno fue establecer las claves legislativas por las que se regiría posteriormente el Estado y perfilar la nueva organización sindical, que no llegó a funcionar de momento.

La batalla de Teruel enfrentó también a Mussolini con Franco, porque este había utilizado intensamente la aviación y artillería italianas y no la infantería, que había sido mantenida en segunda línea. El Duce amenazó con retirar el CTV de España y ordenó a sus aviones con base en Mallorca que suspendieran los vuelos de combate. Franco le respondió con una carta contemporizadora, cuya remisión retrasó hasta después de resuelta la batalla de Teruel, y aprovechó la ocasión para solicitar más suministros, con promesas de utilizar en adelante las tropas del CTV italiano. La cuestión se complicó porque los italianos exigieron el pago en divisas, mientras Franco pretendía pagar con productos, hasta que Mussolini concedió un nuevo crédito pagable básicamente en exportaciones.

Las consecuencias estratégicas de la batalla de Teruel y la seguridad de que sus aliados le respaldaban, concedieron a Franco la iniciativa, mientras los republicanos quedaban condenados, una vez más, a defenderse. Desde un punto de vista militar, era lógico que la masa de tropas disponible en Teruel retrocediera para conquistar Madrid o avanzar rápidamente hacia Cataluña, para cerrar la frontera pirenaica y aislar el territorio republicano. En lugar de ello, Franco eligió un plan parcial, de corto alcance y en dos fases, para hacer retroceder el frente del Ebro. En un primer momento avanzaría al sur del río, y en la segunda por el norte hasta llegar al río Segre y entrar en Cataluña.

La guerra llega a Cataluña

La maniobra en el sur del Ebro corría a cargo de 100.000 hombres y 150 cañones, con los italianos en el centro. Los republicanos no tuvieron más remedio que llevar fuerzas de sus mejores unidades: es decir, las tropas del Ejército de Maniobra y los internacionales, desgastados por anteriores batallas. La superioridad franquista era tanta que, en cuatro días, cayeron Belchite y Codo, tomados medio año antes por los republicanos, que agruparon a los internacionales en Caspe para intentar resistir. 

El CTV ocupó Alcañiz el día 14 de marzo. Mussolini se sintió optimista y ordenó a sus aviones de Mallorca que atacaran Barcelona; durante tres días, la ciudad y sus alrededores sufrieron bombardeos cada tres horas, que causaron numerosas víctimas y el Duce consideró una victoria moral italiana ante el mundo, mientras los alemanes lo creían contraproducente. Así fue y la opinión pública europea, todavía no acostumbrada a los horrores de la Segunda Guerra Mundial, reaccionó contra los italianos. El Vaticano rogó a Franco que cesara la operación y él, inquieto por el protagonismo de Mussolini, hizo que se detuviera el bombardeo masivo.

La frontera francesa estaba cerrada y la debilidad republicana era grande. A pesar de ello, la operación al norte del Ebro se desarrolló con objetivos limitados. En la segunda mitad del mes de marzo retrocedió el frente en los Monegros, donde las columnas catalanas estaban instaladas desde julio de 1936. Cayeron Alcubierre, Tardienta y se levantó definitivamente el sitio de Huesca. La división de El Campesino defendió Lérida durante una semana pero, a principios de abril había caído la ciudad, además de Gandesa, Balaguer y Tremp, lo que supuso la pérdida de embalses pirenaicos que abastecían de electricidad Barcelona. 

La grave situación había dado argumentos a Negrín para convencer a Blum de que permitiera el paso de armas rusas por la frontera, que se abrió a mediados de marzo, cuando ya no era posible equipar a las unidades catalanas. El gobierno francés estaba lógicamente inquieto, y abrió la frontera pocos días después de que Hitler se anexionara Austria, porque el espectáculo de los franquistas, con sus aliados italianos y alemanes, invadiendo Cataluña provocó serias presiones en París para que un cuerpo del ejército francés interviniera en la guerra de España.

El ataque a Valencia

Franco, en una de sus dilaciones, perdió el tiempo en el Maestrazgo durante un mes. Los italianos marchaban adelantados, deseosos de llegar los primeros al Mediterráneo, pero fueron detenidos ante Tortosa por la resistencia de los hombres de Líster. El cuerpo de Galicia (Aranda) tomó entonces la delantera y sus vanguardias llegaron al mar en Vinaroz el 15 de abril. El territorio republicano quedaba cortado en dos.

La crisis repercutió en Barcelona, torturada por una nueva represión. El SIM y los tribunales militares desencadenaban una oleada de espionaje, torturas y asesinatos que desenmascararon a muchos agentes franquistas, pero también abatieron anarquistas, poumistas o simples críticos del PSUC. La justicia civil catalana llegó a tener como principal preocupación la oposición a la arbitrariedad del SIM y los militares. La sociedad catalana se militarizaba; desde febrero desapareció el carácter voluntario que había tenido la guerra en Cataluña y fueron llamados a filas reservistas y reclutas. 

Con ello aumentó la resistencia, y los prófugos y desertores alcanzaron gran volumen. Ante las pérdidas humanas producidas por la última batalla, miles de catalanes fueron conducidos al Ejército, mientras la policía perseguía a los reticentes. La oposición a Negrín creció entonces, personalizada por Companys, apoyado por cenetístas, republicanos y parte de los socialistas.

Otra consecuencia de la crisis militar fue el cese de Indalecio Prieto como ministro de Defensa. Convencido de que la guerra estaba perdida, intentó demostrar a Negrín la necesidad de buscar una solución pactada con Franco para defender, en lo posible, la vida de los republicanos. Negrín se opuso y los comunistas desencadenaron una continua presión para derribar a Prieto. Incluso la URSS hizo saber que la continuación de sus suministros dependía de ello. Prieto fue apoyado por los grupos de ugetistas partidarios de un entendimiento con la CNT, y por el presidente Azaña. Pero su desgaste personal y político era muy grande, renunció a mantener el enfrentamiento con los comunistas, aceptó una misión diplomática temporal y marchó al extranjero.

En el campo de batalla de Levante, Franco había reanudado su ofensiva, con la intención de ocupar Castellón, Sagunto y Valencia. A pesar de su desgaste, los republicanos resistieron de modo que Aranda no pudo llegar a Castellón hasta el 14 de junio. Desde entonces, la lucha se concentró contra la línea Viver-Segorbe-Sagunto, que defendía Valencia. La defensa fue encarnizada, aunque en retroceso. Entre el día 20 y el 23 fracasó un ataque para romper la línea y los franquistas prepararon el envolvimiento definitivo para unos días después. Para evitarlo y salvar Valencia, el Estado Mayor dirigido por Rojo lanzó la gran ofensiva de distracción en el Ebro.

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