Un panorama complejo
Teóricamente Asturias, Santander y el País Vasco formaban un
conjunto militar llamado Ejército del Norte, que jamás llegó a funcionar como
tal. Porque la realidad política de las tres zonas era distinta; Asturias y Santander
estaban regidas por consejos de mayoría socialista, pero, mientras Asturias era
escenario de experiencias revolucionarias y duros combates en torno a Oviedo y su
pasillo, Santander, de fuerte tradición conservadora, limitaba al sur con un
frente casi inactivo y su único problema parecía ser la escasez de alimentos.
El panorama del País Vasco era más complicado. El PNV se
había opuesto a la sublevación militar de julio porque era autonomista y democrático,
pero se distanció de las fuerzas de izquierda porque también era católico y
conservador. De modo que el partido no se movilizó inmediatamente para la
guerra que, en las primeras semanas, fue protagonizada por las izquierdas
vascas, sin que se iniciara la formación de columnas peneuvistas hasta el mes
de agosto.
La guerra en Euskadi se redujo inicialmente a la fijación de
los frentes y el intento de Mola de socorrer a la guarnición de San Sebastián,
que se había sublevado. Fracasó en ello pero, en cambio, conquistó toda
Guipúzcoa con relativa facilidad, aunque con bastantes bajas. El 5 de
setiembre, sus hombres habían tomado Irún y cerrado la frontera francesa, el
día 13 entraron en San Sebastián y antes de concluir el mes habían conquistado
la provincia, de modo que, cuando las Cortes aprobaron el estatuto vasco, el
territorio autonómico estaba reducido a Vizcaya.
Una semana después fue elegido presidente vasco José Antonio
Aguirre, que formó un gobierno de mayoría peneuvista, con participación de los
socialistas, izquierda vasca, comunistas y republicanos. La CNT quedó excluida y el PNV
distribuyó los cargos importantes entre hombres de su partido. A diferencia de otros
territorios, en Vizcaya funcionó una administración eficaz y la retaguardia
estuvo en orden, pese alguna convulsión esporádica.
Aguirre, como había hecho Largo Caballero, procuró restaurar
el poder gubernamental, tarea más factible en aquel territorio reducido. El
gobierno vasco logró organizar una policía propia e intentó crear un ejército
vasco, que nunca llegó a ser eficaz por la imposibilidad de improvisar mandos
intermedios y la falta de algunos materiales básicos. En el terreno militar se
contrapusieron los intereses del PNV con los de las milicias de izquierda y el
deseo de Largo Caballero de dirigir unitariamente las operaciones. Otro grave
problema fue abastecer la población, que la eficacia del gobierno vasco no
logró resolver, presionado por los miles de refugiados procedentes de Guipúzcoa
y la potencia naval enemiga.
El PNV no articuló la importante industria vasca hacia las necesidades
de la guerra. Habría sido preciso un rígido control de la producción, que
repugnaba a los intereses y la ideología de los nacionalistas. Sin industria
bélica, Euskadi se condenó a una guerra de posiciones, porque su único intento
serio de ofensiva fracasó estrepitosamente en Villarreal a finales de 1936.
Desde entonces, tomó cuerpo la idea de que era preferible organizarse en defensiva
que arriesgarse en aventuras exteriores. Ello coincidía con los sentimientos de
parte del PNV, que se inclinaba a la neutralidad en la guerra de España y
prefería limitarse a defender los intereses vascos.
De modo que se pensó organizar un gran sistema de
fortificaciones. Consistía en una línea atrincherada a lo largo de la frontera
y otra interior más poderosa, que fue llamada cinturón de hierro de Bilbao. La
opción era gravísima: al abandonar la política de armamento masivo, la defensa
vasca quedaba sin suficiente artillería y aviación, dos elementos que se
estaban revelando decisivos en la guerra de España.
Esta marginación de los problemas militares globales no fue completa,
porque fuerzas vascas participaron en las acciones contra Oviedo, propiciadas
por Largo Caballero para distraer a Franco de la batalla de Madrid. Pero la
ofensiva en Asturias fue desencadenada demasiado tarde y, aunque se atacó con intensidad,
estuvo mal planificada, pésimamente dirigida y fracasó con múltiples bajas.
Desde entonces no hubo ofensivas republicanas en el Norte y la mala experiencia
de Oviedo concentró, todavía más, a los vascos en su propia seguridad.
La guerra en Vizcaya
En cambio, para Franco, Vizcaya era un objetivo rentable,
porque no había podido tomar ni aislar Madrid, sus mejores tropas estaban
inmovilizadas y necesitaba cambiar de objetivo para deshacer el empate. La República pagaba la
ayuda soviética con las reservas de oro del Banco de España, que Largo
Caballero había hecho trasladar a la
URSS ; pero Franco compensaba a los alemanes con minerales, de
los que Vizcaya era una reserva apreciable. Además de esta potencial fuente de
pago, la industria vasca era tentadora para un Estado asentado en regiones cerealistas
y necesitado de suministros para la guerra.
Militarmente, el objetivo no parecía muy difícil, porque
todo el Norte dependía de la comunicación por el Cantábrico, donde la marina
franquista era predominante.
Por último, mientras tenía lugar la batalla de Madrid, Mola había organizado e instruido sus fuerzas, los requetés habían sido militarizados, reforzados con unidades de soldados, falangistas y marroquíes, dotados de artillería hasta formar cuatro Brigadas de Navarra a cuyo frente se colocaron duros y eficientes mandos africanistas. La aviación alemana y los italianos, reorganizados después de Guadalajara, fueron enviados también a conquistar Vizcaya, porque la aviación y la artillería del Corpa Truppe Volantaríe eran esenciales, mientras su infantería y los carros podían colaborar con los navarros, de manera que Mola contó con una fuerza considerable y abandonó la táctica africana utilizada hasta entonces.
El terreno era montañoso, debía avanzar por carreteras dominadas desde las cumbres y los vascos estaban fortificados. Las claves de la conquista del Norte iban a ser la artillería y aviación, encargadas de machacar cada resistencia hasta que pudiera asaltar la infantería y, precisamente la falta de aviones y cañones era el punto negro de las fuerzas vascas.
Por último, mientras tenía lugar la batalla de Madrid, Mola había organizado e instruido sus fuerzas, los requetés habían sido militarizados, reforzados con unidades de soldados, falangistas y marroquíes, dotados de artillería hasta formar cuatro Brigadas de Navarra a cuyo frente se colocaron duros y eficientes mandos africanistas. La aviación alemana y los italianos, reorganizados después de Guadalajara, fueron enviados también a conquistar Vizcaya, porque la aviación y la artillería del Corpa Truppe Volantaríe eran esenciales, mientras su infantería y los carros podían colaborar con los navarros, de manera que Mola contó con una fuerza considerable y abandonó la táctica africana utilizada hasta entonces.
El terreno era montañoso, debía avanzar por carreteras dominadas desde las cumbres y los vascos estaban fortificados. Las claves de la conquista del Norte iban a ser la artillería y aviación, encargadas de machacar cada resistencia hasta que pudiera asaltar la infantería y, precisamente la falta de aviones y cañones era el punto negro de las fuerzas vascas.
Las operaciones de Vizcaya no fueron brillantes maniobras
sino un continuo forcejeo. Aguirre se relacionaba pésimamente con el general
Llano de la Encomienda ,
nombrado jefe militar del Norte, y exigía al gobierno central el envío de
aviación y una actuación decidida de la marina de guerra. Llano, por su parte,
pretendía mandar sobre todas las fuerzas a pesar de que Aguirre prefería formar
un ejército vasco autónomo.
Mola comenzó las operaciones el 31 de marzo y conquistó
Vizcaya en dos meses y medio. A pesar de las fortificaciones y de la resistencia
vasca, su táctica no podía fracasar porque se apoyaba en una aplastante masa
artillera y una aviación notable. El gobierno de la República pudo enviar
escasos refuerzos aéreos a Aguirre, pero pretendió ayudarle con ataques a Madrid,
Teruel y Huesca, que tampoco tuvieron éxito.
Los navarros rompieron el frente exterior vasco en dos
sectores distintos y, en el primer mes, llegaron a la línea
Guernica-Durango-Amboto, que puso en sus manos las comunicaciones vizcaínas. La
aviación ensayo sistemas, de bombardeo estratégico sobre ciudades, que ya había
iniciado en Madrid pero que, cuando destruyeron Guernica, provocaron un
escándalo internacional.
Mayo fue dramático para los vascos antifranquistas. El cielo estaba dominado por dos centenares de aviones enemigos que controlaban cualquier movimiento, las fortificaciones y transportes debían hacerse de noche y el presidente Aguire asumió personalmente la defensa ante las crecientes dificultades. A final de mes, el general Llano de
El 11 de julio, 150 cañones y 70 bombarderos abrieron una brecha en un sector más débil y un potente dispositivo militar penetró sin que nadie pudiera detenerlo. En todo momento, la resistencia vasca se mantuvo; pero los navarros, ayudados por los italianos, ganaron terreno constantemente. El PNV se esforzó para evitar una guerra de tierra calcinada que habría privado a Franco de industria pero también al País Vasco de su riqueza. Bilbao fue tomado por los navarros el 19 de junio. Dos semanas después, la totalidad de Vizcaya había sido ocupada y la guerra pareció hacer una pausa.
Fortalecimiento de
los estados / La creación del partido único
El alzamiento de julio había eclipsado todos los partidos de
derechas, excepto el carlista y la
Falange , que vio multiplicada espectacularmente su
afiliación. Pero ambas formaciones acusaban una gran debilidad política (en
setiembre de 1936 murió el pretendiente carlista Alfonso Carlos de Borbón, en
noviembre fue fusilado José Antonio Primo de Rivera), mientras sus milicias estaban
militarizadas por decreto. En primavera de 1937, los dos partidos fueron agitados
por tensiones internas, especialmente violentas en la Falange. En abril, la
discrepancia entre los líderes falangistas era muy grande y se presumía una
intervención de Franco para resolverla. De hecho, la Falange carecía de fuerza para
enfrentarse al general y existía el precedente de que, en diciembre del 36, el
principal líder carlista, Manuel Fal Conde, había sido obligado a exiliarse en
Portugal.
Decidido a formar un partido único y sometido a su jefatura,
Franco pactó con Rodezno y otros tradicionalistas navarros, ignoró a la
jerarquía máxima del carlismo y decretó la disolución de falangistas y
carlistas, que se integrarían en un nuevo partido, llamado Falange Española
Tradicionalista y de las JONS. Desde entonces acumuló los cargos de Jefe del
Estado y del Gobierno, Generalísimo y jefe del Partido. Únicamente algunos
falangistas se opusieron al decreto y su jefe nacional, Manuel Hedilla, fue condenado
a muerte por un consejo de guerra, aunque le fue conmutada por la prisión.
Algunos otros mandos sufrieron penas menores.
Franco realizó la operación asistido por su cuñado y
principal consejero, Ramón Serrano Suñer, preocupado por establecer las bases
de un nuevo Estado totalitario, con partido único, que integrara las diversas
tendencias políticas que habían apoyado la rebelión de julio, incluidos obligatoriamente
los mandos del Ejército. Durante todo el año 1937, la tarea de Serrano Suñer se
concretó en asegurar que la nueva FET y de las JONS se convertía en un
instrumento a las órdenes de Franco y, hasta que no lo hubo conseguido, no dio
otro paso para institucionalizar el régimen.
Negrín y el Stalinismo
La marcha hacia un gobierno fuerte en la zona republicana
fue más compleja y tuvo como catalizador la complicada política catalana. Durante
el invierno de 1936-37 habían ocurrido incidentes entre el PSUC y UGT,
enfrentados a la CNT-FAI
y el POUM. Andreu Nin, líder de éste último, fue cesado como consejero de la Generalidad por
presiones de los comunistas stalinistas y, a finales de abril, fueron
asesinados algunos ugetistas y cenetistas. La lucha por la primacía entre
Esquerra, CNT, POUM y PSUC había viciado la política, perjudicado la
producción, incapacitado la acción militar y las dificultades de la guerra
imponían urgentemente una dirección centralizada.
A principios de mayo, la guardia de asalto intentó desplazar
a los cenetistas que controlaban el edificio de la Telefónica barcelonesa e
interferían hasta las comunicaciones de las autoridades superiores. La
intervención degeneró en un tiroteo y diferentes grupos de la CNT-FAI se lanzaron a la
revuelta callejera. El POUM quiso aprovechar la oportunidad y se les unió,
incluso haciendo marchar hacia Barcelona alguna de sus unidades del frente.
Esquerra, el PSUC y UGT se enfrentaron a cenetistas y poumistas para acabar con
las dificultades que los grupos radicales creaban a la Generalidad. Durante
cuatro días, Barcelona se agitó en tiroteos, que se extendieron a otras localidades,
hasta que el gobierno central envió barcos y guardias de asalto desde Valencia y
se pactó con los líderes de la
CNT.
El resultado fue la pérdida del control autonómico del orden
público catalán, que pasó al gobierno central, y el arrinconamiento político de
la CNT , mientras
el PSUC aprovechaba la ocasión y pedía la eliminación del POUM, acusándolo de
agente franquista.
Los comunistas también aprovecharon los sucesos de Barcelona
para atacar a Largo Caballero, de cuya política discrepaban igualmente los
republicanos y socialistas moderados. El 13 de mayo, los ministros comunistas
Hernández y Uribe, abandonaron el consejo de ministros porque Largo se negaba a
rectificar su política militar y de orden público, y disolver el POUM. El presidente
se vio obligado a dimitir. El nuevo gobierno fue presidido por el catedrático
socialista Juan Negrín, con tres carteras para los socialistas, dos para los comunistas
y cuatro repartidas entre republicanos, catalanes y vascos. Aupado por la
crisis barcelonesa, Negrín necesitaba consolidarse con Victorias militares,
ante la pésima situación del frente Norte y su «gobierno de Victoria» articuló
tres líneas de actuación: fortalecer el Estado, consolidar un ejército
disciplinado y con mando único, y buscar el apoyo de las democracias europeas.
Negrín abandonó la política pactista de Largo Caballero y organizó
un gobierno más autoritario del que se beneficiaron los comunistas, que
controlaban una parte importante del Ejército Popular y estaban respaldados por
la Unión Soviética.
En la vieja querella guerra-revolución, Negrín,
apoyado por Prieto, se aproximó a las tesis comunistas de ganar ante todo la
guerra sin comprometerse en transformaciones sociales. La dirección de las operaciones
militares fue confiada definitivamente al general Rojo, que aprovechó las
mejores unidades, las agrupó en una masa de maniobra y desarrolló una
estrategia basada en ofensivas por sorpresa contra frentes tranquilos y poco
guarnecidos. Con ello pretendía arrebatar a Franco la iniciativa y atraer su
atención a puntos alejados del frente del Norte, donde la situación republicana
era angustiosa.
Este protagonismo a las mejores unidades contribuyó a
reforzar políticamente a los comunistas que habían sido pioneros de la militarización,
contaban con importantes jefes de milicias y se habían atraído a muchos
militares profesionales.
Un dogma de la estrategia stalinista era la seguridad de la retaguardia,
y el POUM fue una de las víctimas de su puesta en práctica. Andreu Nin, el
secretario general, fue detenido y asesinado, el partido y los principales
dirigentes, juzgados y condenados ante la inhibición de Negrín y el resto del
gobierno.
Largo Caballero, empujado al ostracismo, perdió la
secretaría general de la UGT.
La CNT pagó también con la decadencia, sus colectivizaciones
fueron disueltas o nacionalizadas; los comités y patrullas armadas, que controlaban
la retaguardia y las fronteras, fueron sustituidos por carabineros del gobierno
central. Todo ello suponía articular una dirección stalinista de la guerra, que
fue adoptada por Negrín como única posibilidad de aunar los esfuerzos
republicanos y controlarlos en beneficio del frente.
OFENSIVAS
REPUBLICANAS Y FINAL DEL FRENTE DEL NORTE
Las ofensivas de
distracción - Santander y Asturias
El gobierno Negrín tomó posesión durante la conquista de
Vizcaya y, para detenerla, improvisó una ofensiva que pudiera proporcionar un
éxito fácil. Las posiciones republicanas estaban a 10 kilómetros de
Segovia contra la que se organizó un ataque por sorpresa, con una improvisación
que fue el principal enemigo de los republicanos y frustró su éxito inicial:
casi conquistar La Granja
y ocupar Cabeza Grande, la posición clave de la zona. La operación había
comenzado en la madrugada del 30 de mayo, pero al anochecer el 1 de junio los
atacantes ya estaban desgastados. Aunque combatieron denodadamente, los
refuerzos y aviación enemigos frustraron su empeño en otras cuarenta y ocho
horas.
Después de los sucesos de mayo en Barcelona, el gobierno
Negrín aprovechó su mayor control en Cataluña para llevar a cabo un ataque
sobre Huesca, que estaba asediada desde principio de la guerra y unida a su
retaguardia por un pasillo. La finalidad estratégica era evitar el ataque al
cinturón de hierro de Bilbao. El 3 de junio murió Mola en un accidente aéreo, y
el ataque sobre Huesca se desencadenó el 12. Pero nada impidió que el mismo
día, las brigadas navarras rompieran el cinturón de hierro de Bilbao. La acción
de Huesca fue durísima, puso la ciudad a punto de caer, pero los republicanos
acusaron su falta de madurez y se desorganizaron a excepción de la 12 Brigada
internacional que había sido trasladada a Huesca expresamente. A] cabo de una semana
cesó la lucha y el frente quedó estabilizado.
La caída de Bilbao y los fracasos de Segovia y Huesca
obligaron a Negrín y a Prieto, su ministro de Defensa, a pensar en una
victoria que restaurase el prestigio del gobierno. Segovia dejaba también clara
la necesidad de preparar a conciencia las operaciones, porque el Ejercito
Popular tenía gravísimas deficiencias a pesar de los avances conseguidos. Como la
operación de Huesca había mostrado la desastrosa situación de las fuerzas
republicanas en Cataluña, Rojo se vio obligado a pensar en una acción cerca de
Madrid, donde estaban las mejores tropas. La ofensiva estaba, además,
presionada por la necesidad de adelantarse al ataque que Franco preparaba
contra Santander.
Rojo decidió intervenir en la zona donde se había librado la
batalla de la carretera de La Coruña, y preparó una masa de 80.000 hombres, 100 carros, 30 blindados, 164 piezas y toda la aviación disponible. Era la mayor concentración republicana de toda la guerra y contaba con el apoyo del partido comunista, al que pertenecían casi todos los mandos superiores de la operación. Dirigió la batalla Miaja con tres cuerpos de ejército mandados por Modesto, Jurado (luego sustituido por Casado) y Romero. La acción principal correspondía al de Modesto, con sus divisiones de Lister, El Campesino y Walter.
En la noche del 6 de julio de 1937, la división de Líster se
infiltró, a través del frente y penetró varios kilómetros, hasta llegar al
pueblo de Brunete; pero las fuerzas franquistas de la zona, que se reducían a
dos batallones de falangistas, uno de soldados y dos de moros, resistieron ante
un enemigo muy superior. Los republicanos no se atrevieron a aprovechar su
éxito inicial, el mismo Miaja temió perder el control de la situación y las
unidades, con más acometividad que disciplina se desviaron de sus objetivos para
buscar al enemigo. Así perdieron el tiempo a pesar de la superioridad aérea y
no tener ante ellos más que pequeños destacamentos.
Franco, que inicialmente ordenó contener el ataque con los medios
locales, se vio obligado a suspender su ofensiva sobre Santander y trasladar la
aviación y tropas a Brunete. Su contraofensiva originó una durísima batalla de
desgaste en la que se comprobó como el Ejército Popular había aumentado su capacidad,
pero todavía estaba lastrado por graves carencias, sobre todo en aviación y
mandos intermedios. Veinte días después de comenzar la batalla los republicanos
estaban agotados y el general Varela, que mandaba las tropas franquistas,
deseaba atacar a fondo para tomar Madrid. En uno de sus gestos característicos,
Franco lo prohibió, ordenó suspender la batalla y desplazarse de nuevo al norte
para reanudar la ocupación de Santander.
Santander y Asturias
La toma sólo duró doce días y fue sencilla para el ejército franquista
del Norte, mandado por Dávila. Contaba con menos hombres que Gamir Ulibarri, el
general enemigo, pero sus tropas estaban mejor instruidas y disciplinadas,
actuaban con la moral de la victoria, su artillería era tres veces superior y
su aviación, siete.
En el ataque colaboraron los italianos del Corpa Truppe Volantaríe, que sufrieron numerosas
bajas en el puerto del Escudo. Pero, cuando lo coronaron el 18 de agosto, la
resistencia republicana se derrumbó, mientras los batallones vascos recibían
orden de concentrarse en la costa de Laredo y Santoña. Allí, algunos políticos
peneuvistas firmaron una rendición separada con militares italianos. Pero ni Franco
ni Dávila la aceptaron y los vascos fueron tratados como prisioneros de guerra.
Entre tanto, Santander era abandonado por las autoridades y,
como el día 23 habían sido cortadas las comunicaciones terrestres con Asturias,
la población y las tropas intentaron escapar en toda clase de embarcaciones,
mientras los navarros e italianos entraban en la capital.
Para salvar Santander, el general Rojo había preparado otra ofensiva
en el frente de Aragón, pero acumular las tropas y recursos fue una tarea tan
laboriosa que el ataque no comenzó hasta el 24 de agosto, cuando ya Santander
estaba perdido.
Era una operación parecida a la de Brunete, en cuya
preparación se consumó una maniobra política. El Consejo de Aragón, de mayoría
cenetista, fue anulado por decreto y la división comunista de Líster, que se
encontraba allí para la batalla, se encargó de disolver los comités y
colectividades agrícolas.
La batalla de Belchite se desarrolló entre el 24 de agosto y
el 27 de setiembre de 1937, y activó el frente de Aragón, hasta entonces escenario
de combates poco importantes. El mando superior recayó en el general Pozas y su
último objetivo era Zaragoza. En cierto modo repitió los defectos de Brunete,
con un avance inicial espectacular y ocupación de gran cantidad de terreno;
seguidos por la pérdida de tiempo ante Belchite, Codo y algunos pueblos, donde
resistió la guarnición ante la que los republicanos agotaron sus mejores fuerzas.
La cautela del inexperto Ejército Popular y su consabida falta de mandos
intermedios, malograron la ofensiva que Franco taponó sin empeñarse, como había
hecho en Brunete, en una contraofensiva posterior. Belchite fue un éxito
táctico republicano pero no distrajo las conquistas del Norte ni intentó el avance
planeado hasta Zaragoza.
Después de tantos descalabros, los republicanos de Asturias carecían
de posibilidades. Aislado completamente, el Consejo de Asturias y León se
proclamó soberano, no aceptó al general Gamir Ulibarri y nombró jefe militar al
coronel Prada, que poco pudo hacer ante la superioridad enemiga. El ataque
franquista se llevó a cabo con una maniobra mandada por Solchaga, que avanzó a
lo largo de la costa, y otra que partió de León al mando de Aranda, por la ruta
de los puertos de montaña. Apenas sin aviación, con miles de refugiados, una
situación caótica y completo aislamiento, los asturianos resistieron hasta el
10 de octubre, amparados en su complicada orografía.
Desde aquella fecha, el
frente entró en crisis y muchos hombres se dispersaron en los montes para proseguir
la resistencia. Los días 20 y 21 las autoridades abandonaron Gijón, mientras la
aviación enemiga controlaba el mar y hundía embarcaciones. Muchos fugitivos
perecieron en los naufragios ocasionados por el fuego o el temporal y aquella
situación patética culminó el final del frente del Norte.
Puede asegurarse que, si Franco terminó la batalla de Madrid
en situación de empate, al concluir la conquista del Norte había tomado una
considerable ventaja. Su Estado se había consolidado y centralizado el control
de todos los recursos, con capacidad para volcarlos en el frente. El Ejército
del Norte se había convertido en una fuerza curtida y entrenada, la
superioridad aérea era abrumadora y, por primera vez, contaba con una industria
metalúrgica y minera importante.
El reclutamiento hacía sentir sus frutos y
proporcionaba bastantes hombres entrenados para no depender exclusivamente de
las tropas de Marruecos. En cambio, los republicanos habían perdido una zona
mítica de la izquierda, considerables cantidades de hombres y material, y su
industria y minería más importantes. La única compensación era el Ejército
Popular, todavía inmaduro e incompleto, pero con capacidad demostrada para
desarrollar batallas ofensivas.
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